Gloria o cadalso, bronce u olvido, sonrisa o llanto, euforia o amargura, alegría inolvidable o tristeza infinita; reconocimiento o escarnio...

No hay partido más deseado, complicado ni temido que el clásico. Es el ying y el yang del fútbol, las fuerzas opuestas, la dualidad de todo lo existente, la contraposición natural de las cosas. En este caso, elevado a la máxima expresión por tratarse de una final de campeonato. Primera definición directa de la historia para quedarse con una estrella y enrostrársela al eterno adversario por años.

Llega un punto en que la rivalidad se afea casi de tan antagónica, pierde bastante sentido deportivo. De allí que deban jugarse los clásicos solo con público local, para evitar querellas. Pero es lo que tenemos en todos los países. Y esto es lo que debe inquietarnos como sociedad.

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Quien viene de afuera como este cronista (periódicamente desde 1981) percibe algunas sensaciones en relación a este fantástico choque de planetas: 1) Ecuador siempre ha sido un país futbolizado, aunque nunca lo vimos como ahora, se advierte una pasión notable en el ambiente. El fútbol, esta definición de campeonato, están presentes en todos los estratos, en todas las conversaciones, involucran a todo el arco social. 2) Barcelona y Emelec han adquirido tal dimensión nacional que se han convertido en el Boca-River del país. No es nuevo que tengan hinchas en todo el territorio, sí que paralicen al país, que interesen incluso a la prensa de Quito. 3) Hablar de la popularidad de Barcelona resulta casi redundante, es fabulosa, sin embargo, se nota un crecimiento enorme de la masa emelecista, lo cual quedará patentizado el día que remodele su estadio: las futuras 40.000 plazas también le quedarán chicas. Ya parecen pocas.

Lo cierto es que después de muchos años de fuerte predominio quiteño y de la Sierra en general, Guayaquil conquista la corona por tercer año consecutivo y vuelve a retomar casi con prepotencia el cetro de capital nacional del balompié. Y lo hace desde sus clubes, pero sobre todo desde su gente, con una convocatoria inigualable.

Las efemérides y las estadísticas perpetuarán siempre este día 21 de diciembre; será recordable por la significación, por la instancia y lo que define, pero adquirirá barniz histórico en la medida en que el juego acompañe la circunstancia, si hay cierta épica, si se juega con una generosa dosis de grandeza. Si van al empate, si apuestan a los penales, a quemar tiempo, apenas servirá para engordar el historial y para la cargada al rival, nada más.

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Ambos están ante una posibilidad magnífica de futuro: Barcelona de reasentarse económica e institucionalmente a partir de lo deportivo, Emelec de seguir ganando espacios, de hacerse cada vez más grande y fuerte. Depende en buena medida de quién se quede con el título. Cuando suene el pitazo inicial estará siendo campeón Emelec por aquello de que ya tiene el resultado, el 0 a 0 que lo consagra, pero no puede el cuadro eléctrico salir a tapiar su valla, sería ridículo y además peligroso; y el mejor regalo que podría recibir Barcelona: que no lo ataquen. En boxeo es igual: ¿qué más quiere un boxeador que su oponente no le tire golpes...? Ya se vio en el Monumental que cuando se hace del balón y va para adelante, se ve el mejor rostro de Emelec. Además, con el respaldo de su gente, en su leonera, sería absurdo especular e indigno refugiarse. Sin una cierta dosis de audacia, de grandeza, no hay gloria. Por otra parte, si se para bien adelante, logrará el doble efecto de alejar el juego de sus dos centrales, no siempre eficientes. La receta más efectiva, siempre, es tener la pelota, dominar, buscar el gol. El equipo que lo logra, de cada cien partidos gana ochenta. Desde luego es fundamental el equilibrio, marcar, estar atento. Pero yendo hacia adelante.

Barcelona llega con el ánimo intacto por la forma en que se dio el empate del miércoles anterior. Estando en la lona y con la cuenta de ocho asestó un tremendo golpe que dejó sentido al rival. Está vivo. Y atención: no le es desacostumbrado ganar en el Capwell. No obstante, el cuadro amarillo es más convincente declarando que jugando. Y tiene a Blanco agrandado: sabe que es verdugo de Emelec, entra confiado y cuando un goleador está así es una carta muy fuerte de triunfo.

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Lo que resultó como mínimo sorprendente fue enterarse por los medios de los anuncios de varias contrataciones (Marlon de Jesús, Édison Vega, Álex Colón, Jonathan De la Cruz) hechas por Barcelona cuando está frente a una instancia tan trascendente. ¿No es inoportuno...? ¿Cómo le cae al jugador que hoy debe salir a jugarse entero por la victoria saber que le están trayendo a otro en su puesto...? ¿Le habrá gustado a Rubén Israel...? En contrapartida, Emelec anunció días atrás la renovación contractual de Gustavo Quinteros; un fuerte respaldo al DT que se está jugando el título. No son detalles menores.

Las posibilidades son iguales para ambos, los dos pueden ganar. No hay un favorito claro, aunque el juego de ida haya inclinado ligeramente la balanza a favor de Emelec. No estamos tan seguros de la incidencia que pueda tener la condición de local. Los cuadros grandes no temen a esas cosas; están habituados a tener que ganar en todas partes.

A las cuatro y media de la tarde expiran las presunciones y mueren las palabras, empieza a rodar el juguete más hermoso. Es el mejor partido posible para consagrarse, también el peor... (O)