Nuestro colega Jorge Barraza acaba de publicar en las páginas de Diario EL UNIVERSO una deliciosa nota sobre el aniversario 90 de los llamados goles olímpicos, aquellos que entran a la meta, lanzados desde el córner, sin que toque el balón futbolista alguno.

En nuestras canchas este tipo de anotaciones se produjo por primera vez hace 86 años y tuvo como protagonista a uno de los mejores aleros derechos de la historia nacional: el anconense Nicolás Gato Álvarez. En uno de los cientos de cuadernos que forman mi archivo, que nunca he tenido tiempo de digitalizar, está el relato de aquel tanto legendario.

El 14 de octubre de 1928, en el Campo Deportivo Municipal en Puerto Duarte, más tarde estadio Guayaquil, se jugó la final del I Campeonato Nacional de Selecciones por el Escudo Cambrian. Este trofeo, en forma de escudo, había sido donado en 1923 por los tripulantes del buque inglés Cambrian, que visitó nuestra ciudad en 1921. Guayaquil estaba representado íntegramente por los jugadores campeones del club General Córdoba, que dirigía el entrenador inglés William J. Tear. La selección guayaquileña había derrotado a Los Ríos 11-0 y a Tungurahua 5-0.

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En la final, frente al combinado de Quito, el monarca porteño alineó a Reinaldo Murrieta; Rafael Sánchez y Alberto Navarrete; Eduardo Buche Icaza, Leoncio Dattus y Teófilo Jiménez; Nicolás Gato Álvarez, Ramón Manco Unamuno, Carlos Muñoz, Kento Muñoz y Alfredo Rodrigo. A los 30 minutos los albicelestes iban venciendo 4-0. Se cobró entonces un tiro de esquina por el Gato Álvarez. El balón fue hacia el arco ante la desesperación del guardameta quiteño Aníbal Monge, que veía cómo el esférico iba sobrepasándolo hasta penetrar por el ángulo opuesto. Fue, como reseñó este Diario al día siguiente del cotejo ganado por Guayaquil 8-0, “uno de los tiros más hermosos que se han lanzado en canchas guayaquileñas, de factura ‘olímpica’, que el esfuerzo de Monge no pudo detener”. Habían nacido en Ecuador los goles olímpicos que el argentino Cesáreo Onzari inaugurara en su país en 1924 jugando contra Uruguay.

Sin duda alguna el gran protagonista de los goles olímpicos en nuestro país es el recordado Aníbal Loco Cibeyra, jugador argentino que vistió la divisa de Emelec. Era un puntero derecho nato, no de aquellos que se inventan hoy como carrileros, cuya particularidad es muy original: marcan mal, no desbordan y sus centros son bombazos sin destino. Hacía recordar a otros aleros diestros “locos”, como los legendarios Basilio Padrón, de Río Guayas; y José Vicente Balseca, de Emelec.

Gambeteador, amigo del desborde y con una pegada envidiable, ponía, más que centros, pases a la cabeza de sus vanguardistas. Gracias a esos centros, cuando el Loco Cibeyra vistió la camiseta del Everest, se hizo famoso el paraguayo Miguel Flaco López, que se elevaba en el área aprovechando su gran talla y mandaba el balón a dormir en las redes.

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En un blog emelecista nuestro colega Aurelio Paredes recuerda que en la revista Estadio, en la edición Nº 396 de junio de 1989, Cibeyra contó sus inicios: “Cuando comencé a jugar tuve mucha suerte de escalar posiciones. Apenas tenía 17 años y fui seleccionado juvenil argentino. Y desde ese momento (1967) ya jugué en primera categoría en River Plate, sin andar por todas las inferiores. Salté de cuarta categoría a primera. Y toda la vida fui número 7. Es el puesto que me gusta a pesar de que es una posición difícil, porque la raya aprieta mucho y a veces se recibe pocas pelotas. En River jugué hasta 1969; fui vendido al Guadalajara de México, donde estuve tres años, después fui transferido al Junior de Barranquilla por una temporada. Luego regresé al Atlanta y para 1977 al Boca Juniors, de Argentina, desde donde pasé a Emelec en 1978. En 1979 pase al Everest”.

Si actualmente se recuerda a Cibeyra en nuestro balompié es porque anotó tres goles olímpicos a los arqueros de Barcelona en igual número de Clásicos del Astillero y en una misma temporada. Algo muy difícil de imaginar hoy, en esta época de paquetes extranjeros que ganan sueldos de cracks del fútbol europeo porque nadie controla los desbordes emocionales de los dirigentes de clubes, pese a que existe un reglamento que nadie aplica ni respeta. Los goles fueron marcados el 5 de julio, el 17 de septiembre y el 19 de noviembre de 1978.

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En la edición citada de revista Estadio Cibeyra contó así los tantos: “El primero lo hice en el arco sur (del Modelo). La jugada nació de una bola que salió al córner, producto de un ataque de (Ecuador) Figueroa que (Eladio) Mideros no pudo controlar. De ese lado había un poquito de viento y yo estoy acostumbrado a tirar la pelota al primer palo. El balón hizo una comba y (Gerardo) Rodríguez no la pudo detener. El segundo lo anoté en iguales circunstancias: una pelota combada al primer palo. En esta ocasión estaban (Enrique) Aguirre de arquero, (Antonio) Carbogniani y Mideros de defensas, pero igual no la pudieron detener. El tercero y último fue diferente a los anteriores. Ubiqué el pelotazo al segundo palo. Ni el arquero Rodríguez, al que le hice el primero, ni el defensa (Alberto) Oyola lo pudieron rechazar. La pelota pegó entre el segundo poste y la red”.

Lo de los tres goles olímpicos en un mismo año tiene ribetes de hazaña, aunque nuestro Cantinflas criollo dijo hace un tiempo, en un programa radial, que “los jugadores que venían al Capwell y al Modelo eran gitanos que cargaban los botines en una bolsa y no los conocía nadie”.

No vio jugar a esos futbolistas, pero los descalifica con cinismo y audacia. Cibeyra jugó en grandes equipos antes de llegar a Emelec, como otros cracks que nos enseñaron lo que es el fútbol.

Lo de los tres goles olímpicos de Aníbal Cibeyra en el mismo año tiene ribetes de hazaña. Los hizo en 1978 por Emelec, todos en el Clásico del Astillero.