No hay malos momentos para un Boca-River. Son Boca y River... Es mucho... Por encima de los nombres y las coyunturas están las camisetas, la tradición, el orgullo... Y millones de hinchas anhelantes de un lado y del otro a quienes no se debe defraudar.

“Los jugadores de los dos equipos comienzan a jugar el partido una semana antes. Yo tenía experiencia de haber jugado en Racing contra Independiente, y en Cruzeiro frente a Atlético Mineiro. Los dos eran a muerte y amargaba si se perdía. Las cargadas duran meses. Pero cuando empecé a disputar los Boca-River la sensación fue diferente, fuertísima”, relata Roberto Perfumo, recio zaguero riverplatense de los 70, agudo analista de fútbol y licenciado en psicología social.

Continúa el Mariscal: “El porteño, el dueño del quiosco de diarios, el peón del garaje, el barman del boliche, el cuidacoches, el peluquero, el sastre, el taxista, el cajero y el gerente del banco, el farmacéutico, todos te piden la victoria. El pedido más recordado fue el de mi hijo Gustavo, cuando tenía 6 años: ‘Papá, ganen el domingo porque si no los pibes de la escuela me van a volver loco un mes’, me dijo”.

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En la vereda de enfrente, el colombiano Jorge Bermúdez coincide con Roberto en cómo lo palpita el jugador. También panelista de ESPN y ganador de muchos clásicos y títulos pero con el acérrimo rival, el Patrón dice: “Jugar un superclásico es una sensación única, ganarlo es inolvidable, pero vencer en el Monumental con la camiseta de Boca es impresionante”.

El superclásico no se devalúa por un mejor o peor presente de uno o de los dos. Ha habido choques muy austeros en nombres que permanecen inolvidables en el alma del hincha. Las crisis deportivas o institucionales de los clubes y las figuras de turno pasan a segundo plano. En algún momento se enfrentaron Óscar Ruggeri, Diego Maradona y Miguel Ángel Brindisi en Boca a Daniel Passarella, Mario Alberto Kempes y Norberto Alonso en River.

En los 40, Alfredo Di Stéfano, José Moreno y Adolfo Pedernera inflaban la camiseta de la banda roja; Mario Boyé, Jaime Sarlanga y Severino Varela sudaban la azul y oro. Pero el “súper” sobrepasa los apellidos, si no están ellos serán Rodríguez y Méndez, o Sánchez y González, todos saben que es por el honor, a dejar la piel.

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La rivalidad está siempre al máximo, nadie quiere perder y se pone todo en el campo. Es la esencia de cualquier clásico, sobre todo en el duelo de estos colosos que llegaron a representar dos clases sociales contrapuestas pese a haber nacido en la misma cuna humilde: el barrio de La Boca.

La semana previa es un runrún permanente; los hinchas de los otros clubes ansiamos que pase el domingo para que no se hable más del Boca-River, pero esta tarde estaremos firmes frente al televisor; nadie quiere perderse el superclásico. Es un partido que se juega desde la tensión y la emoción, aunque el raciocinio decida siempre. No se sale igual de un Boca-River.

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Hay un solo condimento que no juega este partido: la indiferencia. El hincha mira con lupa a los jugadores. Quien destaca o marca un gol en este choque, un arquero que se viste de héroe o el zaguero de la salvada milagrosa reciben la aprobación in eternum de la gente, les sirve para renovar contrato o simplemente para quedar grabados en la memoria colectiva.

Brilla el sol en River; hoy es el claro favorito. Volvió del oprobio de la “B”, le ganó a Boca en La Bombonera (posiblemente en uno de los mejores encuentros del fútbol argentino de los últimos tiempos); fue campeón, su nueva directiva está saneando económicamente el club, pasó la barrera de los 100.000 socios, está por remodelar su estadio para darle 20.000 asientos más... Ha recuperado el orgullo. Y el buen fútbol. Marcelo Gallardo (el DT, 38 años) le ha devuelto el estilo vistoso y ofensivo que había sido su marca en el orillo desde los tiempos de ‘La Máquina’. En ese contexto, el colombiano Teófilo Gutiérrez (goleador del campeonato) asoma como estrella excluyente del firmamento ‘millonario’. Crack con la pelota, lúcido en el juego, contundente, guapo, provocador, un Teo inconfundible. “Pasó a cobrar mucho menos con tal de venirse a River, a toda costa forzó su salida del Cruz Azul”, confía Efraín Pachón, su representante. Y dio en el blanco: “Va camino a convertirse en ídolo”, dice Gallardo. El Valencia lo quiere sí o sí a fin de año, hay que ver si Teo prefiere los mimos de la gente de River a los euros del archimillonario Peter Lim. Él decidirá, nadie más.

Pese a la eterna sangría de figuras, se está jugando mejor en la Argentina. El problema es que cada seis meses cargan un contenedor con los 20 o 30 mejores y se van a Europa o a otras ligas; y vuelta a empezar, a tratar de armar un equipo, a intentar mantener un funcionamiento aceptable y estético.

River tiene buena cuota de mérito en esta mejora visual, prioriza el toque y la búsqueda del gol, aunque con gran intensidad física; ejerce una fuerte presión alta (en tres cuartos de cancha), que logra mantener casi los 90 minutos. Cuando recaptura la pelota, ya está a las puertas del área. Así destrozó a Independiente, su escolta en la tabla.

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Boca Juniors club goza de una gran fortaleza financiera (más que River), aunque en fútbol está lejos del líder en la tabla, viene saliendo de la terapia intensiva en la que lo dejó Carlos Bianchi. Otro DT joven como Gallardo, en este caso Rodolfo Arruabarrena (39), le está devolviendo la confianza, aunque va de punto al Monumental.

Pese a su indiscutida paternidad (lleva 79 victorias a 68 sumando partidos de liga y de Libertadores) por primera vez se lo ve a Boca prudente, no cacarea, se sabe menos en juego. Arruabarrena igual promete salir a ganar: “No hacerlo sería traicionar la historia de Boca”, asegura.

Gallardo luce tranquilo: “No le tengo miedo al favoritismo. Si jugamos como sabemos, vamos a ganar. Pero no hay que apartarse de la idea”. Enfrente, Boca echa todo el resto: o queda fuera del torneo o salva el año.

La semana previa es un runrún permanente; los hinchas de los otros clubes ansiamos que pase el domingo para que no se hable más del Boca-River.