La euforia del festejo disimuló la modestia del juego; el calor del hincha vistió de gala a un campeón obrero. Contó hasta las monedas este San Lorenzo para sacar pasaje a la posteridad. Pero tras un extenso y sufrido viaje llegó, por fin, a la cima de América. Cincuenta y cinco años demoró el Ciclón en quitarse esta espina continental que lo atormentaba. “La Copa Libertadores era nuestro karma, nos decían Libertadores y nos temblaban las piernas”, confesó su presidente Matías Lammens.

El fútbol está inundado de curiosidades, San Lorenzo es el club de Pontoni, de Martino, de Sanfilippo, de Coco Rossi, de Scotta, de Cacho Heredia, del Beto Acosta, pero tuvo que ser este pelotón de soldados desconocidos el que le reportara el honor de ver estampado su nombre al pie del célebre trofeo. Hay 55 chapitas en la base: una dice “San Lorenzo”.

Y los apellidos Romagnoli, Buffarini, Mercier, Ortigoza, Piatti, Correa, Cetto, Mas, Gentiletti, Torrico, Matos... quedarán grabados en el alma de una hinchada que sabe querer.

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El título le llega en un momento feliz, de resurgimiento institucional, al que mucho ha contribuido la fama. San Lorenzo vive del runrún, es su idiosincrasia, su alimento espiritual. Y es muy mediático. Sus hinchas célebres, como el papa Francisco, Marcelo Tinelli o Viggo Mortensen le dan una notoriedad permanente.

Por primera vez en medio siglo las semifinales no incluyeron a algún equipo campeón: Bolívar, Defensor Sporting, Nacional de Paraguay y San Lorenzo. En parte porque no participaron muchos coperos ilustres como Boca, River, Independiente, Racing, Estudiantes, Colo Colo, Católica, Sao Paulo, Santos, Palmeiras, Corinthians, Vasco, Inter, Fluminense, Barcelona, Liga de Quito, Olimpia, América de Cali, América de México, Chivas, Cruz Azul... Y los dos finalistas fueron el decimoquinto y decimosexto clasificados de la fase de grupos.

Ambos pasaron a octavos reuniendo módicos ocho puntos. Ninguno de los dos logró alguna victoria como visitante. El choque definitorio estuvo acorde al resto de la Copa, clima fervoroso afuera, desangelado adentro. San Lorenzo ganó el último lance sin haber pateado al arco. El gol provino de un penal, una mano inconsciente (aunque clara) del lateral Coronel, cuando ni siquiera era situación de gol. Perdió la cabeza Coronel y con ello perdió Nacional, que aunque tampoco viste un traje de luces, jugó mejor, fue más en materia ofensiva. Justo es decir que San Lorenzo había sido superior en Asunción. Además, vale recordarlo, hay que saber ser campeón; San Lorenzo supo.

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Es la Copa que tenemos, la Copa de estos tiempos, más glamurosa en lo colateral que rutilante en el juego. Es que se van los jugadores, los cracks, los muy buenos, buenos, regulares, hasta los menos que eso. Y se juega con lo que queda. El resultado es un fútbol sin espectacularidad, carente de talento. En el caso de San Lorenzo, resultó más brillante el logro que los intérpretes, que la forma. Por la historia del club y su larga espera para coronarse campeón.

En este éxodo imparable de futbolistas, el balompié argentino (al que también se le van los técnicos) es posiblemente el que más sufre: solo en este mercado de pases se marcharon 46 jugadores al exterior. Casi todos muy jóvenes. La mayoría a Europa, otros a México, Estados Unidos y Asia. Al propio San Lorenzo se le fueron los tres mejores, los más hábiles y creativos, que le daban otra imagen al equipo: Ángel Correa (al Atlético de Madrid), Ignacio Piatti (Montreal Impact, de la MLS) y Leandro Romagnoli (Bahía, de Brasil). Y en enero próximo, es altamente posible que el técnico Edgardo Bauza vaya a la selección ecuatoriana. Así es muy complicado mantener el poderío y, sobre todo, el brillo. El hincha azulgrana mira el Mundial de Clubes y ve con ilusión el hipotético enfrentamiento con el Real Madrid, pero también con temor. “Por Dios, que no nos aplasten”, piensan muchos.

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El diezmado (y siempre cascoteado) fútbol argentino viene de ser campeón de la Copa Sudamericana (Lanús), subcampeón mundial con la selección y ahora reconquista la Libertadores. No es poco mérito para un medio que sobrevive exportando su materia prima. Lo sostienen el fervor de su público, siempre multitudinario, y el carácter competitivo de sus futbolistas. No es bonito el fútbol argentino, tampoco es fácil. Y la ilusión por el título en todos los torneos se mantiene como una llama votiva.

Bien el público azulgrana que aplaudió con respeto al cuadro paraguayo en el momento de recibir sus medallas; valoró la guapeza de estos gladiadores guaraníes, humildes pero metedores, que escribieron una página de oro en una institución pequeñísima. Lo que jugaron en esta Copa el arquerito Ignacio Don, los dos zagueros –Cáceres y Píris– y los volantes Marcos Riveros y Marcos Melgarejo no caerá en el olvido.

Bien la directiva de Huracán (acérrimo rival de toda la vida), felicitando al Ciclón por la conquista en su cuenta de Twitter. Necesitamos muchos gestos así, de tolerancia y pacifismo. Es un vasito de agua en el desierto, pero sirve para no morir de sed.

San Lorenzo es otro ejemplo de que se sale campeón con buenos dirigentes más que con buenos jugadores. Hace dos años estaba en ruinas y casi en el descenso. La gente forzó la salida del presidente anterior y fueron ungidos Lammens y Tinelli, dos empresarios de éxito. Sanearon el club, lo salvaron de la B, recompraron su lugar histórico en el barrio de Boedo (allí levantarán otra vez su estadio), ganaron el Torneo Inicial 2013 y ahora la anhelada Libertadores. ¡Salud, Ciclón, vieja nación del entusiasmo...!

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La euforia del festejo disimuló la modestia del juego; el calor del hincha vistió de gala a un campeón obrero. El título le llega en un momento de resurgir institucional.