Nos pareció que teníamos un error de anotación: acababa de concluir el partido de ida de la final de la Libertadores y nuestra libreta de apuntes no registraba ninguna tarjeta, ni amarilla ni roja. Pero no. En efecto, Nacional de Asunción y San Lorenzo pasaron inmaculados los primeros 93 minutos de la definición. De inmediato se disparó el dato: posiblemente sea la primera vez en 55 años de historia de Copa que se da una final sin amonestados ni expulsados. Difícil confirmarlo, no están las planillas oficiales de las primeras décadas de la competencia. Y antes los medios no consignaban estos detalles.

Sin embargo, algo es seguro: después de haber visto decenas de finales ásperas, volcánicas, muchas veces violentas, otras convertidas en batallas campales, con agresiones e incidentes, esta última semeja un juego entre monaguillos. Y es otro fiel reflejo de cómo ha cambiado el fútbol. Ahora es más limpio, sin discusión posible. Los futbolistas se portan mejor, los técnicos no mandan a golpear, hay mayor control, más severidad en el reglamento y la TV es un fiscal impasable. Y eso que ahora se juega con mayor intensidad y velocidad. Dos argumentos que podrían argüirse para que hubiera choques más violentos.

“Pensé que sería un juego más friccionado y peleado desde el aspecto físico, -nos confesó Wilmar Roldán, el excelente juez colombiano que dirigió la final-. Si a eso le agregamos que ninguno había jugado esa instancia de la Copa, podían sentirse con mucha presión, pero cuando entramos a la cancha y todos los jugadores pasaron dándome un buen saludo y llamándome por el nombre, desde ese momento hubo un respeto por quien iba a direccionar el partido y lo demostraron durante todo el juego aceptando las decisiones que se tomaron. La verdad, nunca me tocó un partido en fase final con un comportamiento tan ejemplar del juego limpio”.

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No obstante, si aún quedan rastros de brusquedad es más responsabilidad de los árbitros que de los propios jugadores. El jugador tira de la cuerda hasta donde le permiten. El reglamento es casi perfecto y le da al juez una herramienta para cada caso que el juego le plantea juzgar. Está en él saber utilizarla. El más eficaz de esos instrumentos son las tarjetas. Durante el Mundial hubo pocas amarillas y rojas, en parte porque se instruyó a los réferis ser contemplativos, que no es otra cosa que ser permisivos, para darle continuidad al juego, dinamismo. Está mal, nunca hay que dejar pegar. Pegar es tratar de igualar, con armas ilícitas, la mayor capacidad del rival. Miguel Scime, director de Arbitraje de la AFA, dice: “No podemos poner la continuidad por encima de lo disciplinario”. Coincidimos.

La reticencia a sacar tarjetas hizo florecer un vicio enquistado en el referato hace décadas: la advertencia. “Mire que la próxima vez...” En las Reglas no existe la advertencia. Cuando la falta es dura, según la gravedad el árbitro debe amonestar o expulsar, no advertir. La advertencia, en ese caso, es un recurso solapado: ahorrarle la tarjeta con fines sibilinos. Eso hizo el juez español Velasco Carballo con Fernandinho en el partido Brasil-Colombia. Fernandinho salió con la expresa misión de cepillar e intimidar a James Rodríguez. En lugar de usar las tarjetas, Velasco se la pasó advirtiéndolo, en un esfuerzo supremo por no dejar a Brasil con diez.

Sí es conveniente advertir en los tiros libres o de esquina que son ejecutados con centros al área. “Si hay agarrón, es falta; y se cobra”. Cuando se le avisa antes, el jugador se cuida.

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En este Mundial volvió a sonar con fuerza un latiguillo de esos que suenan bien y son entradores, pero están equivocados: “El área es del arquero”. Nada que ver. El área es del club local, como los arcos y las tribunas. Hay una creencia de que el arquero puede cometer cualquier tropelía en ese sector. Por ejemplo, la brutal entrada de Neuer sobre Higuaín en la final. El hecho de ir a despejar el balón, aún de llegar primero, no lo habilita a golpear al adversario. Nadie puede lesionar a un contrario con el argumento de “ir a la pelota” o de “llegar primero”. El Reglamento no ampara al arquero ni dice que por tocar la pelota antes puede dar planchazos o rodillazos.

El miércoles, por la Copa Suruga Bank, en Tokio, jugaron Kashiwa Reysol y Lanús. En una acción temeraria, el guardameta japonés le dio un planchazo tremendo al delantero Silva en el cuerpo; muy violento. Era penal y expulsión. El juez por supuesto no lo sancionó por esa absurda hipótesis de que el portero tiene piedra libre para cualquier brutalidad. La Regla 12 del fútbol estipula: “Todo jugador que arremeta contra un adversario en la disputa del balón, de frente, por un lado o por detrás, utilizando una o ambas piernas con fuerza excesiva y poniendo en peligro la integridad física del adversario, será culpable de juego brusco grave”. Y agrega: “Juego brusco grave se penará con tarjeta roja y penal o tiro libre, si fue fuera del área”.

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Otra tontería es esa de que al golero no se lo puede tocar en el área. No se lo puede cargar, esto es: empujarlo y hacerle perder el equilibrio. Pero saltar y cabecear sin hacer falta sí es válido, aún cuando en la acción haya un contacto físico con el guardameta. Muchas veces hemos visto goles no sancionados por supuesta carga al arquero cuando en realidad no hubo más que un roce absolutamente legal.

El viernes, Michel Platini anunció oficialmente que la UEFA introducirá en todos su torneos el uso del aerosol para marcar la posición de la pelota y de las barreras en los tiros libres. El aerosol es un invento sudamericanoy los europeos son muy remisos a aceptar lo que no es creado por ellos, pero el éxito demostrado en el Mundial lo tornó indiscutible: mejora el juego y ayuda a los jueces, que no tienen que estar empujando a los integrantes de las barreras. Los jugadores están obligados a respetar la distancia y lo hacen: no se adelantan. Esto debería lograr que se vean más goles de tiro libre. Bien.

El gol de Nacional en el minuto 93 revalorizó el partido de vuelta. Un triunfo de San Lorenzo en Asunción hubiese derrumbado toda expectativa. Pero desde ya merecen un aplauso todos: se dedicaron sólo a jugar al fútbol.