Por: Otón Chávez | ochavez@parquedelapaz.com

Puedo jactarme de ser uno de los últimos sobrevivientes entre las personas que han visto todos los clásicos del Astillero. Estuve en ese tradicional juego en la cancha y la banca, y los viví luego como directivo.

Con el título de la columna definimos algo que virtualmente no tiene comparación dentro del balompié nacional y cuyos protagonistas son el Barcelona Sporting Club y el Club Sport Emelec, ambos de Guayaquil y Ecuador.

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Estas dos instituciones, que nacieron en 1925 y 1929, respectivamente, en un área cercana a los astilleros del sur de Guayaquil y a pocas cuadras entre uno y otro, han acumulado rivalidad a través de años de competencias en casi todos los deportes que se han practicado en Guayaquil (fútbol, béisbol, boxeo, básquet, natación y más, y cada vez que hubo un enfrentamiento entre ambas instituciones a través de sus deportistas). Entre ellos siempre hubo el rigor de la frase “contra ese contendor no puedes perder”.

En los campeonatos ecuatorianos se han jugado 201 clásicos, pero antes también existieron los duelos por el certamen local (aficionados primero, profesionales después). La ‘pica’ entre ambos equipos se acrecentó desde 1948, tal y conforme lo anunció nuestro Diario en su momento.

Por la edad que tengo, soy todavía uno de los últimos sobrevivientes que han visto el Clásico desde esas fechas y puedo jactarme de haberlos vistos todos, excepto uno que otro cuando he estado fuera del país, o se lo ha jugado en otra ciudad ecuatoriana (una vez en Cuenca, en 1980).

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Puedo agregar algo a mi favor en el sentido de que también jugué, por decirlo de alguna manera, en cuatro clásicos. El primero fue en 1951, disputando el título juvenil en el primer año del profesionalismo y nos ganó Barcelona 2-1; el segundo lo jugué disputando la corona de las reservas profesionales del mismo 1951, que ganamos los azules con un marcador de 4-2. En aquel partido, José Vicente Balseca, recién llegado al Emelec, metió dos goles; el otro creo que lo marcó el puntero izquierdo Jorge Guzmán y el cuarto, Otto Legarda o Pablo Zatizábal. En aquel partido jugué de mediocampista de ataque y también recuerdo a Bolívar Herrera, Carol Farah, Adulfo Patita Estrella, Agustín Ferrero, Jaime Ubilla, Raúl Argüello y Lucho Chalén. Ese encuentro fue un preliminar de un partido internacional en el estadio Capwell repleto. Como reserva quedé banqueado en dos clásicos de primera categoría. Aunque al final no logré jugarlos, sentí de cerca a mis compañeros de equipo como Júpiter Miranda, Chinche Riveros, Carlos Raffo, Jorge Chompi Henríquez, Cipriano Yulee, Jaime Ubilla, Raúl Argüello, Cristóbal Jalón y algunos que otros nombres que se me escapan.

Y por el lado de los amarillos, recuerdo la figuras de Pablo Ansaldo, Luciano Macías, Chalo Salcedo, Sigifredo Chuchuca, Simón y Clímaco Cañarte, Fausto Montalván, Enrique Cantos, Guido Andrade, Pelusa Vargas, Papa Chola Solís, el Zambo Benítez y Pibe Sánchez; pero, repito, los vi desde el banco, mas siempre con todos ellos fui y soy –con los que aún viven– un gran amigo.

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Con Papa Chola Solís como entrenador también jugué en Favorita a lado de Enrique Cantos, el Niño Jurado y los eléctricos que reforzamos al equipo de Alberto Vallarino, con Cristóbal Jalón, la Pava Garcés y Patita Estrella. Con Favorita fuimos campeones en la categoría de ascenso.

Pude también ver y vivir mi experiencia futbolística seria y profesional desde muy jovencito, y pude ir con los años calibrando la fuerza de lo que significa el fútbol como proyección de lo que es el Clásico del Astillero. También tuve la suerte de llegar a ser dirigente del Emelec integrando la Comisión de Fútbol desde 1962, comenzando por las divisiones inferiores hasta llegar a la primera categoría. Puede ser presidente de la Comisión de Fútbol por tres años, entre 1968 a 1971, y llegar a ser también directivo a nivel nacional. También pertenezco a la Asociación de Futbolistas del Ecuador, como socio.

Por todos estos señalamientos que hago en líneas anteriores, les quiero demostrar que en mi vida, desde que toqué por primera vez una pelota de fútbol hasta la presente fecha, en que soy columnista deportivo, el fútbol ha estado presente siempre. Eso significa que puedo conversar de temas futbolísticos que requieren alguna profundidad, por haber hecho una carrera de deportista hasta la dirigencia de fútbol.

Eso implica que tenía que escoger, casi por obligación, a uno de los dos grandes equipos guayaquileños que hoy conforman el Clásico del Astillero y del cual todos los que amamos esta tierra nos dividimos orgullosamente por una de estas dos queridas y amadas instituciones que saliendo del patio guayaquileño tienen un profundo significado nacional. Allí están las barras de Barcelona y Emelec que llevan a todos los estadios del Ecuador un mensaje de hermandad y deportivismo.

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Lógicamente, estos dos grandes equipos del fútbol ecuatoriano llenan sus respectivos escenarios cada vez que se enfrentan en estos desafíos: el que está mejor puede perder, el que está peor puede ganar, o podemos empatar o podemos marcar 1, 2, 3, 4, 5, o hasta 6 goles de diferencia.

Este juego de palabras no es otra cosa que la alegría de todo lo que puede suceder. Y, como ya es un hábito y una costumbre, nadie puede tener la certeza de un resultado hasta que llegan a los 90 minutos de partidos.

Veremos si Emelec aumenta su caudal de buen juego o si gana Barcelona con mejoría frente a algunos pequeños obstáculos del presente; pero para todos será un partido muy especial, muy hermoso y, como se trata de fútbol, muy pero muy apasionado.

Desde que toqué por primera vez una pelota de fútbol hasta la presente fecha, en que soy columnista deportivo, el fútbol ha estado presente siempre.