Por: Ricardo Vasconcellos R. | rvasco42@hotmail.com

Quedaron atrás los tiempos en que Guayaquil era ciudad de arqueros. Ya no nacen en el puerto los grandes guardavallas. Hoy, apenas queda un nombre: Máximo Banguera, el arquero de Barcelona.

Pensar que fuimos una ciudad productora de grandes porteros desde que los jóvenes del Club Sport Guayaquil introdujeron el fútbol en 1899. En ese equipo brilló por muchas temporadas Julio Básconez que fue el primero de nuestros guardametas legendarios.

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En la década del 20 brillaron Raymundo Icaza –quien jugaba en los once puestos–, Francisco Serrano –orense, pero formado en Guayaquil–, Alfonso Drouet, Manuel Bienvenida Cortez –quien tapó todo en 1921 contra los marinos del buque inglés Cambrian–, Jorge Delgado Cepeda, Juan Chérrez Gómez, Rigoberto Pan de Dulce Aguirre –quien salía gambeteando hasta media cancha y tapaba penales con la cabeza– Humberto Lombeida y Reinaldo Murrieta, golero del inolvidable General Córdoba que con la camiseta de la selección de Guayaquil mantuvo invicta su valla en la disputa del Escudo Cambrian, que ganaron los porteños con 24 goles a favor y cero en contra.

En los años 30 seguían siendo líderes Drouet y Aguirre y se sumaron a ellos Eloy Solano, Pepe Macuy y Alberto Alpretch. En la siguiente década se podía elegir a cualquiera de los grandes sin que menguara la seguridad del arco: Ignacio Molina, Alpretch, José Arosemena, Gustavo Arosemena, Alfonso Aguirre Lewis, Óscar Roldán y José Caimán Muñoz.

Quien mayor relieve alcanzó fue Napoleón Medina Fabre, cuya elasticidad y elegancia para atrapar los balones en voladas llenas de arte impresionaron en el Sudamericano de 1945 al exarquero y entrenador húngaro Francisco Platko, quien lo eligió como el modelo para su libro Arte y Ciencia del Fútbol Moderno, editado en Chile en 1946. Al terminar la década surgieron dos arqueros auténticos grandes cuando aún eran unos chiquillos: Enrique Romo y Alfredo Bonnard.

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Cuando se inició el profesionalismo, en el campeonato de 1951, ya Bonnard era el mejor portero del país y fue elegido el mejor del Sudamericano de 1953. El Ñato Romo había sido uno de los artífices de la idolatría de Barcelona, pero su titularidad era amenazada por Jorge Delgado Guzmán. En los años que siguieron aparecieron otros dos jovencitos que iban a escribir una historia de lujo: Cipriano Yu Lee y Pablo Ansaldo, quienes labraron un duelo en el Clásico del Astillero por casi una década.

El 1 de julio de 1953, ante Chacarita Juniors, debutó en Emelec Cipriano. Su familia se oponía a que jugara profesionalmente al fútbol y quería que terminara su bachillerato en el Cristóbal Colón y luego fuera a la universidad. El deporte era la pasión del arquero de ascendencia china y fue fichado a los 14 años por Emelec. Delante suyo estaba el manabita Félix Tarzán Torres, por lo que fue prestado en 1951 a LDU de Guayaquil, que jugaba en el ascenso. En 1953, con 19 años, llegó al primer equipo, pero seguía tapado, esta vez por el venezolano Vásquez. Apareció esporádicamente y recién se aseguró el puesto en 1955 y llegó a su máxima dimensión en 1956 en el certamen en que Emelec logró su primer título profesional de la historia. El Chino Cipriano fue considerado el mejor arquero guayaquileño de la temporada.

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El 16 de enero de 1957 Barcelona lo llamó a reforzar sus filas ante el poderoso Independiente de Avellaneda que traía a Cozzi, Varacka, Michelli, Cervino y Cruz. Los canarios, que no contaban con Ansaldo por lesión, fue atraído por una sensacional actuación de Yu Lee el 15 de diciembre de 1956, cuando Emelec venció a Racing Club. En un inolvidable partido el ídolo derrotó a Independiente 4-3 y el público no se cansó de aplaudir a Yu Lee, autor de grandes atajadas que lo convirtieron en la mejor figura de la cancha. Esa noche se ganó el puesto de guardameta titular de la Selección nacional que iba a participar en el Sudamericano de Lima de 1957.

El gran guardavallas eléctrico fue parte del Ballet Azul que ganó el bicampeonato en 1956 y 1957 en el torneo de la Asociación de Fútbol y fue campeón nacional en 1957 y 1961. Fue el arquero del equipo de Emelec que obtuvo el primer triunfo de un club ecuatoriano en la Copa Libertadores. Fue el 7 de febrero de 1962, en el estadio Modelo. La fecha quedó en la historia porque aquella noche Yu Lee se convirtió en el primer arquero en atajar un penal en la historia de la Libertadores. Se lo detuvo al colombiano Genaro Benítez. Emelec ganó 4-2 a Millonarios con arbitraje del uruguayo Víctor Pablo Vaga.

Otros arqueros sobresalientes aparecieron luego. Hugo Cortez y Manolo Ordeñana entre ellos. Más tarde en Emelec surgió Israel Rodríguez. La producción decayó porque los grandes semilleros, como las ligas de novatos o los Intercolegiales, se marchitaron. La serie de ascenso era un fantasma. Los torneos de Fedeguayas, en los que nacían estrellas por docenas, se volvieron cada vez más intrascendentes. El modelo de campeonato nacional fue engullendo a los equipos porteños y solo quedaron Barcelona y Emelec. En los años 90 quedaban en la batalla Carlos Luis Morales y José Cevallos (nacido en Ancón, pero formado en Guayaquil).

Hoy, apenas queda un nombre: Máximo Banguera, el arquero de Barcelona. Quedaron atrás los tiempos en que Guayaquil era ciudad de arqueros. Ya no nacen en el puerto los grandes guardavallas, y a los prospectos no los vemos como en aquellos años en que los equipos del ascenso jugaban los preliminares. ¿La razón? Se daña la cancha.

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Esta ciudad fue productora de grandes porteros desde que los jóvenes del Club Sport Guayaquil introdujeron el fútbol en 1899.