Tramposo. Deshonra. La vergüenza de Canadá: a Ben Johnson se lo ha llamado todo esto y mucho más en los últimos 25 años. Pocos deportistas provocan el grado de desdén que recibió el velocista canadiense, cuya carrera alimentada por los esteroides que lo llevó a conseguir el oro en los 100 metros de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 abrió los ojos del mundo a la amenaza del dopaje.

Veinticinco años después de recorrer como un cohete el carril seis del estadio Olímpico de la capital surcoreana, dejando pasmado a su rival Carl Lewis, Johnson regresó ayer con una advertencia para la próxima generación de atletas jóvenes: “No hagan trampas, no tomen drogas en el deporte”.

Con 51 años, y como él dice, “más viejo y más sabio”, Johnson dijo que ninguna madre debería ver cómo un hijo o hija pasa por la experiencia que él ha vivido en estos 25 años. “Rompí las normas y fui castigado. Veinticinco años después sigo siendo castigado por algo que hice”, afirmó.

Publicidad

“Hay gente que asesina y viola, va a la cárcel y sale. Yo solo rompí las normas deportivas y he sido crucificado”, agregó.

Tras ser llamado Bentastic, la caída en desgracia llevó a que los medios en Seúl lo calificaran de “deshonra” y “la vergüenza de Canadá”. Pero él afirma que la gente común en Canadá no se portó así.

En la última etapa de una campaña que pide una mejora radical del sistema contra el dopaje, Johnson habló de una “segunda oportunidad en la vida”, de pasar página, de un futuro ayudando a los atletas jóvenes a “escoger el buen camino”.

Publicidad

A las 13:30 locales, la misma hora en que comenzó la carrera en 1988, la pantalla gigante del estadio mostró un video de la final. Vestido con pantalones grises, una camisa negra y zapatillas rojas, Johnson insinuaba una sonrisa al verse cruzar la meta con los brazos en alto, proclamándose campeón de los 100 metros en el verano de Seúl con un récord de 9,79 segundos, una marca que fue eliminada después de que diera positivo por esteroides.