<strong>Otón Chávez<br /> <a href="mailto:ochavez@parquedelapaz.com">ochavez@parquedelapaz.com</a></strong><em><strong>Gina, la hija de Carlos Raffo, nos relató que llevó a su padre a Buenos Aires en el 2012, pero que el Flaco quería volver a los pocos días porque en Argentina no podía ver jugar a Emelec. Chao, Flaco, un abrazo de quien quiso aprender lo que tú sabías.</strong></em>Estacioné y encaminé directo a la sala de velaciones número 3, en Parque de la Paz. Al abrir la puerta del recinto y al mirar los vitrales del fondo de la capillita, un cofre con los firmes colores azul, celeste y gris contrastaba delicadamente con un ramo de flores y dos enormes adornos de la Asociación de Futbolistas Profesionales y del escudo del C. S. Emelec.En ese cofre del color de sus amores, reposaba, en actitud serena, el rostro firme y decidido de lo que fue un ariete implacable batiendo las mallas de sus ocasionales adversarios.Me dijo su hijo Carlos: “Mi padre estuvo cinco días en la clínica completamente lúcido, insistiendo lo imposible por un cigarrillo. En algún momento, a eso de la 06:00 (del miércoles pasado), se quedó dormido eternamente”. Abracé a Carlos Jr., y de repente nos quedamos mirando el féretro mientras salían lágrimas.Conocí personalmente a Carlos Alberto Raffo Vallaco. Llegó a Emelec en septiembre de 1954 cuando yo era reserva del primer equipo y estaba en la nómina, cuando tenía que mensualmente asistir a la antigua Empresa Eléctrica del Ecuador a cobrar mi sueldito de jugador con futuro.En cuanto lo vi comenzó mi asombro. ¿Cómo podía ser goleador un hombre de 28 años, con pinta raquítica y de paso, insigne fumador? Ya en el primer entrenamiento se llevaba de calle a los reservas que veían pasar por sus marcas a ese flaco con pinta de rayo en plena tormenta. “Cojan al Flaco,” gritaba un reserva; “¿Y cómo hacemos?”, contestaba otro. Después, y al poquísimo tiempo, todos éramos uno solo. Nunca hizo una diferencia entre titulares y reservas. En Emelec, decía Raffo, todos somos uno.Era lindo oírlo contar cómo llegó al equipo eléctrico: “No sé, la verdad fue que me agarraron donde me alojaba, metieron mi ropa en una maleta, me bajaron a un automóvil y a Guayaquil. ¿Y por qué decía yo? Por orden del señor Ministro de Defensa don Enrique Ponce Luque. Ya en el camino me iban explicando que debía jugar en un club que se llamaba Emelec y que le decían millonarios. Ahí está el detalle; me entusiasmé. Si así les dicen entonces me van a pagar mejor y cumplidamente”. Así nos contaba el Flaco Raffo.Conversar con él, discutir, argumentar con Carlos Alberto era de una gozadera contagiosa. Sobre todo cuando coincidía, y era a menudo, con ese loco de verdad que era y es José Vicente Balseca. Con los dos a la cabeza era como si hubiese llegado a Emelec el ratón Mickey y el pato Donald. Todos éramos felices en los juegos y en los rutinarios entrenamientos.Con Carlos Alberto Raffo sus compañeros eran felices. También sus amigos eran felices, y su hinchada era la más feliz porque hacía goles inverosímiles.Sin tener papeles en regla jugó por Ecuador en el Sudamericano Extraordinario de 1959, en Guayaquil, cinco meses después de la inauguración del Modelo –cuando el DT uruguayo recomendó a Alberto Spencer al Peñarol– y, paradojas de la vida, Raffo le hizo un golazo a Argentina para empatar el juego a 2.Después fue seleccionado en 1963 al Sudamericano en Bolivia y fue goleador del torneo con los tantos que le metió a Bolivia (2), a Paraguay (1), a Perú (1) y otros a Brasil (1) y Colombia (1).Gina, la hija mayor del Flaco, me decía cuánto amaba su padre al fútbol y a Emelec; terminó en el 9 de Octubre, con 40 años, y aún lo disfrutaba. “Después se hizo técnico de los equipos que amaba. También en la Marina, donde a mi padre lo querían mucho; luego ya jubilado, lo llevábamos al estadio para que siga y opine de su adorado Emelec”, nos cuenta.Y prosigue: “Recuerdo que mi papá me sabía llevar a los entrenamientos y a veces a ver jugar a Emelec, ¿verdad? Yo era la engreída de mi papi y mi hermano Carlitos, lo era de mamá. Nos consuela saber que hay un lote para sepultarlo al lado del que ocupa mi mamá, María Laura Orbea, que falleció hace tres años y desde entonces mi papi nunca volvió a tener la misma buena salud”.“Verá, don Otón, el año pasado lo llevamos a Buenos Aires, a Villa Urquiza, y a los pocos días nos decía que quería regresar a Guayaquil, a su linda tierra porque allá no podía ver jugar al Emelec”.“Sí, Gina”, le contestaba yo. Casi al final del acto litúrgico, unos 20 hinchas de la Boca del Pozo, al cargar el cofre para llevarlo a la sepultura, le cantaron sus coros marciales: “No se va, Carlitos no se va; no se va, Emelec, Emelec”. A esa respetable figura del fútbol ecuatoriano ya no se la verá a la entrada o salida de las tribunas del Capwell. Ahora queda su recuerdo con la enseña de los grandes futbolistas que llegaron y vivieron para nuestra afición.Chao, Flaco, un abrazo de quien quiso aprender lo que tú sabías.