A 305 metros de altura, en una cima del Cerro Blanco, Raúl Guerra divisa su horizonte. El verdor de un mangle bañado por el mar contrasta con el cemento de las ciudadelas de la vía a la costa. Su mirada está fija hacia ese panorama, pero su atención se centra en el viento. Espera una ráfaga y cuando esta llega, corre hacia la quebrada y alza el vuelo con su equipo de ala delta.