Parecía que los ecuatorianos habíamos conocido los límites del cinismo cuando se develó lo que se conoce ya como “el más grande fraude judicial” de nuestra historia, y cuyos detalles han quedado registrados hasta en instituciones internacionales. Un juez que se limitó a imprimir y firmar una sentencia de 156 páginas que ya le vino redactada en un pendrive que lo recibió a la medianoche del mismo día en que terminó la audiencia de juzgamiento. Juez que, luego de haber admitido su fechoría, fue posteriormente premiado con un ascenso burocrático por sus méritos y sabiduría. ¿Era posible mayor cinismo? (Y luego se quejan de que organismos internacionales ubican al Ecuador entre los países de mayor corrupción…).
Pero no. A la republiquita de papel todavía le faltaba más por conocer. Junto al “más grande fraude judicial” pronto sucederían cosas tan feas como esa elección de los magistrados al más alto tribunal de justicia ordinaria. Una comisión internacional de veedores –que no pudo ver ni la mitad de lo que debió ver– emitió un informe contundente en el que confirma las denuncias que se habían presentado con respecto a la forma tramposa cómo algunos magistrados habían sido designados. Es más, la comisión –como se estila en casos como estos– propuso una fórmula de solución para limpiar esta vergonzosa mancha.
Pero lejos de aceptar el error cometido –por decir lo menos– las autoridades que podían y tenían la obligación de enmendarlo han pretendido enterrar el bochornoso affaire con declaraciones altisonantes, enfadadas y desafiantes: aquí nada ha sucedido, la designación fue “constitucional” y “legítima”, cualquier reclamo debieron haberlo hecho a tiempo, y basta de protestas. Que los magistrados cuestionados por la comisión internacional se quedan porque se quedan, parecía decir.
Si lo anterior no fuese suficiente, y para muestra de que el cinismo ya ha corroído todo el sistema público, y no solo el judicial, vino la historia del exgerente general del Banco Central, a quien en su momento toda la plana mayor del poder político le rindió pleitesía. Su reconocimiento de que había falsificado su título de economista es la menor de sus infracciones. Luego de su increíble salida del país, nos vinieron con el cuento de que lo dejaron viajar a Miami porque él iba a regresar al país para “dar la cara” y responder por las serias acusaciones contra él, y porque el pobre tenía que asistir a la boda de su hijo… Resulta, sin embargo, que según él mismo lo acaba de admitir ese plan de regresar ya no existe.
Pero las cosas no terminan allí. Ahora hay serios indicios que el candidato oficialista a la vicepresidencia de la república habría plagiado su tesis de grado de ingeniero de una tesis publicada en un sitio web llamado elrincondelvago.com. Las justificaciones que se han dado sobre los capítulos copiados de esa otra tesis son una vergüenza para el país.
¿Qué otra cosa nos estará esperando? Ciertamente, lo que la decencia no da, el poder no borra.