Quien miente en lo menos, miente en lo más. Palabras más, palabras menos, ese fue uno de los argumentos cuando, exultante e impetuoso, defendió a su primo. Lo calificó como la víctima de un linchamiento mediático, ya que, como siempre, era otro invento de la prensa corrupta. Para graficarlo, pidió un ejemplar de EL UNIVERSO y lo rompió mientras pedía a los jóvenes que siguieran su ejemplo (¿podrá alguno de los militantes de izquierda que aún quedan en el Gobierno explicar la diferencia que hay entre ese acto y la quema de libros que muchos sufrimos en carne propia aquí y en otros países del continente?). No era la primera vez que hacía lo uno y lo otro. Varias veces defendió a quienes aparecían involucrados en actos de corrupción, incluso visitándoles en la cárcel, y muchas tantas también demostró materialmente su intolerancia con los medios.

Siguiendo la misma lógica utilizada para la defensa de este personaje, aquella de la mentira chica y la mentira grande, ahora todos sus actos quedan cubiertos por un espeso manto de sospecha. El préstamo al argentino, la participación de este en la comitiva que viajó a Irán, las cajas de seguridad en bancos rusos, las cuentas cifradas en Suiza, las ventas de las empresas incautadas, el manejo del banco convertido en caja chica, la desmemoria sobre el origen del préstamo para la compra de la casa en Miami, en fin, todos sus actos deben ser vistos ahora a la luz de la mentira chica que, en las sabias palabras del poderoso primo, es la muestra de la mentira grande. No se reduce a la arrogación de un título, mucho menos a la pueril justificación de la inmadurez (que, por cierto, se ha extendido hasta su edad biológica adulta y no solo hasta los veintiocho años que, según un agencioso embajador, parece ser el límite de la edad despreocupada). No, esa es solamente la mentira chica. El tema de fondo está en las grandes. Allá deberían apuntar los organismos de justicia, obviamente si ellos existieran y si fueran independientes.

En términos políticos, es evidente que la situación se hacía cada vez más insostenible para el líder y sus seguidores. La bomba iba a estallar y era más conveniente que fuera ahora, cuando la gente está preocupada de las fiestas navideñas y faltan casi dos meses para las elecciones. Cuando estas lleguen ya se habrá olvidado el tema, como se ha olvidado la narcovalija, los comecheques, los contratos del hermano mayor y tantos otros. El tiempo es un gran aliado de la corrupción, especialmente en un país en donde los valores quedan sepultados bajo el pavimento de carreteras y bonos denigrantes. Además, el papel de víctima, de haber sido engañado por alguien de su entorno político y familiar, funciona perfectamente cuando hay un caudillo al que se le ha rodeado con un halo de pureza. Pero, ¿será posible sostener y demostrar ese desconocimiento arrastrado durante varios meses y frente a abundantes evidencias? Un delito tan grueso no pudo pasar desapercibido.