Dos temas sustanciales fueron opacados por el exabrupto del líder sobre el atentado iraní contra la mutual judía en Argentina. La imprudente comparación del número de muertos, utilizada como instrumento para sacarse de encima el espinoso tema de la responsabilidad de actuales funcionarios iraníes en el acto terrorista, hizo que dos aspectos de fondo pasaran inadvertidos. El uno es la manera de entender a la democracia, reducida exclusivamente a su dimensión electoral y no como un régimen que expresa la confluencia de un gran conjunto de elementos. El otro es la clara contradicción entre su valoración del periodismo militante y la condena a la toma de posición por parte de los medios de comunicación. La importancia de ambos y la estrecha relación que existe entre ellos obligan a rescatarles del olvido y ponerles un poco de atención.
Sobre lo primero, cabe recordar que no es la primera vez que afirma que allí donde hay elecciones hay democracia. Reiteradamente ha sostenido esa ecuación cuando se ha referido a Cuba, a la Libia de Gadafi o al Irán de Ahmadineyad y los ayatolas. Llama la atención que lo haga así, porque existe un acuerdo básico en que la democracia no se agota en las elecciones. Antes que nada, estas deben cumplir un conjunto de condiciones, como las de ser limpias, libres, competitivas y frecuentes. Irán y esos otros países tienen elecciones, pero no cumplen con todas esas condiciones, de manera que de partida no entran en la categoría de democracias. Pero, si aún quedara duda, esas elecciones y en general la vida de la sociedad debe enmarcarse en un Estado de derecho, lo que quiere decir que deben existir normas que garanticen la igualdad ciudadana (en lo civil y en lo político) y que aseguren la vigencia de las libertades y los derechos fundamentales. La posibilidad de expresarse, de manifestarse, de organizarse, de oponerse o de apoyar a cualquier opción política no puede ser coartada. Asimismo, debe haber pluralismo político, pero también pluralismo de fuentes de información. Finalmente, los gobernantes deben estar sujetos al control de los ciudadanos, directamente o por medio de las instituciones correspondientes. Sin todo eso, simplemente no hay democracia.
En cuanto a lo segundo, destacó el compromiso militante del periodista y escritor Rodolfo Walsh –a quien se conmemora con este premio– “cuya denuncia todavía resuena frente al silencio de los medios de comunicación”. Pero, de inmediato y sin que se le pare un pelo, cuestionó a los medios por “su descarado involucramiento en política”. ¿En qué quedamos, en que el compromiso militante es encomiable cuando lo ejerce una persona y condenable cuando lo hace un medio? Además, sí nos merecemos una explicación sobre las causas que habría para reclamarles a los medios por el silencio, pero al mismo tiempo exigirles que no se involucren en política.
Una sólida cadena argumental une a ambos temas. La democracia electoral no solo puede convivir con una sociedad silenciosa y silenciada, sin pluralidad de medios de comunicación, sino que requiere que sea así.