George Michael Murillo León yace en el piso. Bajo su cabeza, sangre. Sobre su frente la camiseta de Barcelona. Le tapan una herida mortal. A su lado un compañero que llora impotente. Que grita. Que aprieta el puño. Arenita se muere. Unos piden una ambulancia. Otros gritan: “Asesinos, malditos asesinos”. Se dirigen a un grupo de policías. Al menos veinte. Los increpan. Los señalan. Los acusan de ser los autores del disparo que le está quitando la vida al hincha de 20 años al que la bala le había atravesado el cráneo.














