Un casual encuentro reanudó en mí el deseo de releer aquella maravilla que dejó Erasmo, quizás el hombre más interesante del Renacimiento con Leonardo Da Vinci. Hay libros que marcaron definitivamente mi vida toda: las Cartas de Séneca; La importancia de vivir, de Lyn Yu Tang; Así hablaba Zaratustra; Los Pensamientos imaginados por Pascal; El Principito creado por Saint-Exupéry; El Quijote; Ensayo sobre la ceguera, de Saramago; añadirían ustedes según sus creencias la Biblia, el Corán, el Talmud, el libro tibetano de la vida y de la muerte. Para conocer la esencia de la mujer están Madame Bovary, las memorias de George Sand.

El Elogio de la locura resulta ser intrigante porque en él brillan el sentido del humor, la irreverencia, la ironía. Erasmo denuncia las contradicciones entre religiones, piensa como Séneca que no puede haber inteligencia donde no hay conciencia de nuestra mortalidad, constata como Shakespeare que somos actores en el escenario de la vida, se adelanta a Freud con sus mecanismos de defensa, piensa con Aristófanes que escogemos la máscara que pueda ocultar lo que realmente somos. En esta actuación que elegimos la directora escénica es la muerte que puede suspender la función. Mucho más tarde Bergson descubrirá el impulso vital, Voltaire y Leibniz se sentirán en el mejor mundo posible pero Erasmo pone el dedo en la llaga, descubre que el amor propio es quien dirige el mundo, lo que según vemos es verdad absoluta para políticos que suelen crear guerras, conflictos. Erasmo denuncia las solemnes ceremonias que ocultan una gran maquinación: pienso en desfiles marciales, apocalípticas manifestaciones patrióticas orquestadas por Adolfo Hitler, juramentos que pueden incluir el sacrificio de la vida, los kamikazes japoneses, culto a una verdad única, totalitarismo.

Como Nietzsche, Erasmo desconfía de aquella amabilidad que puede ocultar una solapada aprobación que nos otorgamos a nosotros mismos, piensa que debemos vivir de verdad en vez de preocuparnos por la muerte, escoger los placeres sin efectos secundarios (es la filosofía de Epicuro), observa que las abejas, las hormigas logran por instinto lo que tanto esfuerzo requiere de los humanos. Añadiría yo que el movimiento del cosmos era particularmente perfecto hasta que lo desbarajustasen los hombres. Erasmo lamenta que los hombres tengan como objetivo alcanzar el poder absoluto en vez de buscar el bienestar colectivo, nota que existen dos tipos de locura: una nefasta parida por la furia, la pasión insaciable (Calígula, presumo, como neurosis del poder), la otra que no es más que un inocente extravío de la razón (Arthur Rimbaud y Baudelaire en mi alma francesa). Erasmo ve con divertida indulgencia el suicidio contagioso al que acuden las vírgenes de Mileto.

La locura recomendada no es sino vitalidad, energía indispensable para todas las pasiones. Seríamos mucho más felices si no pusiéramos tanta trabas a nuestra sinceridad. Grandes hombres fueron locos entrañables con una pizca de quijotismo, una brizna de misticismo, un hilillo de sueño, un dejo de arrojo. Los niños y los ancianos se dan la mano en aquella locura genuina capaz de coquetear con la inocencia. El amor sigue siendo la más hermosa locura.