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EE.UU.
El talibán arrojó dos veces cartas de advertencia al hogar de Malala Yousafzai, adolescente paquistaní de 14 años que es una de las promotoras más persuasivas de la educación de las niñas. Le ordenaban que detuviera su activismo. o se atuviera a las consecuencias. Ella se negó a dar marcha atrás, intensificó su campaña e incluso lanzó un fondo para ayudarles a niñas paquistaníes en la pobreza a obtener una educación. Así que, la semana pasada, hombres enmascarados se acercaron a su autobús escolar y preguntaron por ella por nombre. Después, le dispararon en la cabeza y el cuello.

“Que esto sea una lección”, dijo más tarde un portavoz del talibán paquistaní, Ehsanulá Ehsan. Agregó que si ella sobrevive, el talibán intentaría matarla de nuevo.

Los cirujanos ya sacaron una bala del cuerpo de Malala y ella sigue en condición crítica. Un cercano amigo de la familia, Fazal Moula Zahid, me dijo que los médicos abrigan la esperanza de que no haya habido daño cerebral y que ella regrese a la escuela a final de cuentas.

“Tras la recuperación, ella seguirá teniendo una educación”, dijo Fazal. “Ella nunca, nunca dejará la escuela. Ella irá hasta el final”.

“Por favor, agradezcan a toda su gente que nos está brindando apoyo y que están a nuestro lado en esta guerra”, agregó. “Ustedes nos vigorizan”.

El día previo a que Malala fuera baleada, lejos en Indonesia, otra niña de 14 años en busca de una educación sufrió por una misoginia de otro tipo. Traficantes sexuales se habían acercado a esta jovencita a través de su perfil de Facebook, para luego detenerla y violarla durante una semana. La liberaron luego que su desaparición se hiciera pública en el noticiario local.

Cuando su secundaria privada se enteró de lo ocurrido, le dijo a ella que había “opacado la imagen de la escuela”, con base en una versión de la Comisión Nacional de Protección a los Derechos del Menor de Indonesia. La escuela la expulsó de manera pública –frente a cientos de compañeros– por haber sido violada.

Estos sucesos coincidieron con el primer Día Internacional de la Niña, el pasado jueves, y nos recuerdan que la lucha mundial por la igualdad entre los sexos es la máxima lucha moral de este siglo, equivalente a las campañas en contra de la esclavitud del siglo XIX y en contra del totalitarismo en el siglo XX.

Aquí en Estados Unidos, es fácil descartar ese tipo de incidentes como barbaridades distantes, pero tenemos un punto ciego para nuestras propias injusticias, como el tráfico sexual. A lo largo de Estados Unidos, jóvenes adolescentes son traficadas por proxenetas en sitios web como Backpage.com. Y después, con demasiada frecuencia, son tratadas por la policía como criminales en vez de víctimas. Estas niñas no solo son expulsadas de la escuela; son arrestadas.

El abuso sexual de niños por parte de Jerry Sandusky provocó indignación. Sin embargo, abuso similar es de rutina para niñas víctimas del tráfico sexual a lo largo de Estados Unidos, al tiempo que las autoridades locales a menudo se encogen de hombros con indiferencia de la misma forma que algunas personas evidentemente lo hicieron en Penn State.

Tampoco apreciamos la manera en que incidentes como el ataque de la semana pasada en Pakistán representan un amplio argumento sobre si las niñas merecen derechos humanos e igualdad de educación. Malala era una de las líderes del grupo que dijo “sí”. Después de aspirar anteriormente a ser médico, en fecha más reciente dijo que quería ser política –siguiendo el modelo del presidente Barack Obama, uno de sus héroes– para lograr el progreso de la causa de la educación de las niñas.

Pakistán es un país que históricamente ha sufrido de una dirigencia tímida e ineficiente, reacia a enfrentar a los militantes. Más bien, verdadero liderazgo surgió de una valiente jovencita de 14 años.

Del otro lado está el talibán, que entiende perfectamente lo que está en juego. Le dispararon a Malala porque la educación de las niñas amenaza todo lo que ellos representan. El mayor riesgo para extremistas violentos en Pakistán no está en los aviones teledirigidos de Estados Unidos. Está en las niñas educadas.

“Esta no es solo la guerra de Malala”, me dijo una estudiante de 19 años en Peshawar. “Es una guerra entre dos ideologías, entre la luz de la educación y la oscuridad”.

Dijo que le alegraba que la citaran por nombre. Pero después de lo ocurrido a Malala, no me atrevo a ponerla en riesgo.

Para aquellos que quieren honrar la valentía de Malala, existen excelentes organizaciones construyendo escuelas en Pakistán, como Developments India Literacy (dil.org) y The Citizens Foundation (tcfusa.org). He visto sus escuelas y cómo transforman a niñas... y comunidades.

Una de mis mayores frustraciones cuando viajo a Pakistán es que suelo detectar madrazas extremistas, o escuelas, financiadas por misóginos medievales de Arabia Saudita u otras partes. Ellos proveen comidas, no cobran pagos de cuotas escolares y, a veces, ofrecen becas para atraer jóvenes. Esto porque sus donadores entienden perfectamente que la educación moldea países.

Por contraste, la ayuda estadounidense se relaciona principalmente con mantener al ejército paquistaní. Nosotros hemos triplicado la ayuda a la educación paquistaní, hasta 170 millones de dólares anualmente, y eso es magnífico. Sin embargo, eso equivale a menos de una décima parte de nuestra ayuda de seguridad para Pakistán.

En el correo electrónico más reciente de Malala a un colega del Times, Adam Ellick, ella escribió: “Quiero acceso al mundo del conocimiento”. El talibán entiende claramente el poder transformador de la educación para las niñas.

¿Y nosotros?

© 2012 New York Times News Service.