Alrededor de 4.000 supervivientes del Holocausto tienen aun en su brazo izquierdo los números con los que los nazis los marcaron como a animales. Para que la abominación no se olvide cuando desaparezcan, algunos de sus descendientes se tatúan hoy la misma cifra en su propia piel.

El brazo de Ayal Guelles se parece al que tenía su abuelo Abramo Najson hace casi siete décadas: se ha hecho un tatuaje idéntico, en el mismo lugar, con los mismos caracteres, el mismo número: A-15510, la leyenda con la que un alemán le marcó en el campo de exterminio de Auschwitz.

"Es un símbolo de mi fuerte conexión con mi abuelo, su herencia. Pero también tiene otro significado más abstracto: una denuncia de cómo convertimos a las personas en objetos", explica este joven de Tel Aviv de 28 años.

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Guelles estaba de viaje en Argentina cuando decidió tatuarse.
"Llevaba pensándolo mucho tiempo pero, un día, vi como marcaban una vaca y decidí hacérmelo", aseguró a Efe.

Cuando regresó a Israel le mostró a su abuelo su brazo. No le gustó, pero entendió que era su forma de impedir que se olvidase su historia.

El caso de Eli Sagir es diferente. Ella pidió permiso a su abuelo, Joseph Diamant, para copiar su número, el 157622, al que añadió un pequeño diamante que representa su apellido.

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Su madre, hermano, tío y primo también se grabaron la cifra.
"Cuando se lo mostré, mi abuelo lloró y me besó el brazo. Me preguntó por qué lo había hecho. Le dije que, cuando tenga hijos, me preguntarán qué es y yo les contaré. Y así ganaremos tiempo, prolongaremos su memoria", dijo a Efe esta joven de 21 años, que ahorra para pagarse estudios universitarios.
Su abuelo murió hace año y medio y la marca permanente en su brazo evita que se desdibuje su recuerdo.

Diamant estuvo dos años en Auschwitz, los últimos, fue uno de los pocos que sobrevivió hasta que los aliados liberaron el campo, pero perdió allí a sus padres y tres hermanos.

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Ella se tatuó después de visitar Auschwitz y Birkenau donde, siguiendo un mapa que le hizo su abuelo, encontró su litera.

Continuamente le preguntan por esos números y ella aprovecha para contar y asegurarse de que nadie olvide el genocidio perpetrado.

Aunque no es un fenómeno de masas, hay decenas de casos en Israel, algunos de los cuales han sido expuestos por Dana Doron y Uriel Sinai en su proyecto "Numbered" (Numerados), en el que han fotografiado y grabado a supervivientes hablando de su relación con el número.

Con este trabajo descubrieron cómo jóvenes generaciones hacen suyo el tatuaje para no olvidar y, sobre todo, para que nadie olvide lo que pasaron sus ancestros.

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"Los motivos que les llevan a recordar así el trauma de sus antepasados son muy personales. Una, por ejemplo, decidió heredar la marca a los pocos días de morir su padre, con el que nunca había hablado del campo de concentración. Fue un último intento de que no se le escapase, de reforzar su conexión con él", explicó a Efe Dorón.

Un joven soñó con tatuarse y, a la mañana siguiente, lo hizo. Otro, sencillamente, quería hacerse un tatuaje y pensó que el número de su abuelo era lo único que le permitirían sus padres. Dos hermanas religiosas compraron brazaletes de oro con el número a sus diez hijos después de que uno pidiese permiso para tatuárselo, algo prohibido por el judaísmo.

"Para algunos es una forma de expresar ira, para otros una garantía de que nunca olvidarán y, para algunos, es un modo de establecer un fuerte lazo emocional con su pasado o de tratar de dar sentido a una historia horrible", añade la directora.

"Un superviviente nos contó cómo su nieto, de 16 años, le ha pedido extirpar el trozo de piel que tiene el número cuando su abuelo fallezca", explica Sinaí.

Con "Numbered", Doron y Sinaí tratan de reflejar cómo los supervivientes se relacionaban con ese pedazo de Auschwitz incrustado en su brazo.
Cuando empezaron a fotografiarlos, en 2008, se calculaba que había unas 10.000 personas en el mundo con la marca nazi y hoy se estima que quedarán solo unos 4.000.

"Es un monumento vivo que está desapareciendo. Son personas que han tenido una experiencia única y han estado expuestos por el número toda la vida: todo el que lo ve sabe por lo que han pasado", dice Dorón.
Algunos, sobre todo en los años inmediatamente después del Holocausto, vivían el número como una vergüenza, lo escondían, nunca vestían manga corta.

Otros le cogieron cariño, era la prueba de su heroísmo, de su resistencia y fuerza, y algunos lo usan como contraseña de su caja fuerte.

Unos lo muestran con orgullo, incluso con arrogancia y disfrutan enseñándolo de forma provocadora cuando viajan a Alemania.

Controvertido y desgarrador, con su significado de supervivencia pero, también, de muerte, este potente símbolo ha empezado, sorprendentemente, a prolongar su vida en la piel de las nuevas generaciones.