Que EL UNIVERSO no aprende, dijo la asambleísta Rossana Alvarado al justificar la nueva amenaza que pende contra este Diario por la publicación de una fotografía que molestó al excelentísimo señor presidente de la República.

Y en eso, la asambleísta tiene toda la razón: EL UNIVERSO no aprende. Resultó un alumno terco, necio, torpe para asimilar las clarísimas lecciones que, sobre periodismo, se dictan desde las más altas esferas de la revolución ciudadana.

EL UNIVERSO, en su ineptitud, no aprende que lo peor que puede hacer la prensa es cuestionar cualquier cosa que diga el excelentísimo señor presidente de la República, cuya palabra, apenas proferida, resulta elevada a la categoría de dogma.

Y no aprende, tampoco, a conjugar en el tiempo pluscuamperfecto de la ironía los calificativos que endilga el excelentísimo señor presidente de la República a sus detractores, con esa gracia, con esa sutileza que le son tan propias. Si a alguien llama estúpido, imbécil, ignorante, basura, bruto, tipejo, limitadito, puerco o enfermo, lo que está haciendo es apelar a su gracejo, a su ingenio, a su personalísimo humor. Interpretar eso como un insulto solo puede deberse a la torpeza de quien ignora su proverbial inteligencia, su vastísima cultura, su sólida formación académica.

EL UNIVERSO no aprende que el de la revolución ciudadana es un gobierno impoluto, cargado de buenas intenciones y que, en procura del buen vivir, jamás comete incorrecciones y, peor, asalto a los fondos públicos y otras vivaracherías de ese orden, propias exclusivamente de regímenes anteriores y de una partidocracia tan poderosa como corrupta. Por eso, destapar las trapacerías que aparecen de pronto y saltan como conejo en el bombín del mago, es una labor proterva.

EL UNIVERSO no aprende el verdadero significado de la majestad del poder, al que con insistencia apela el excelentísimo señor presidente de la República. Una majestad a la que es impropio contradecir y, peor, preguntar. Las preguntas solo pueden hacérselas un pequeño grupo de elegidos, generosamente pagados por el régimen, que saben la manera de evadir los asuntos de fondo, no profundizar en aspectos escabrosos y, sobre todo, no irritar al interlocutor con réplicas que podrían resultarle irreverentes y provocarían, ¡cuidado!, su indignación.

EL UNIVERSO no aprende a mirar la realidad con los mismos ojos que los del excelentísimo señor presidente de la República, cuyas ejecutorias son profusamente promocionadas por los canales oficiales, las radios y los periódicos que están a su servicio.

EL UNIVERSO no aprende que la democracia se expresa a través de las elecciones y que, quien las gana para la presidencia de la República, ejerce el poder total sobre las otras funciones del Estado.

EL UNIVERSO no aprende que la verdad es unidireccional: nace, vive y se reproduce en los estamentos oficiales y no admite dudas. Salirse de ese libreto es deambular por el pantanoso terreno de la infamia, cuando no caer en el pestífero territorio de la mala fe.

EL UNIVERSO, testarudo, disléxico, discalcúlico, no aprende lo que significa sumisión. Y lo peor de todo es que, a sus ya viejos noventa años, resulta demasiado tarde para matricularle en esa materia, en la que una asambleísta aspira dictarle cátedra.