La semana pasada Gonzalo Maldonado, ilustrado columnista del diario El Comercio, decía que cuando se habla de libertad, una porción quizá mayoritaria de la población ecuatoriana responde que la libertad no se come, que igual les parece que pueden hacer lo que quieren y que, finalmente, ¿qué mismo es la libertad? No es una pregunta bizantina. Nada más importante puede plantearse en este país y en este momento. Buscar una respuesta no es un ejercicio intelectual más o menos interesante, es la cuestión fundamental, porque al responder y solo al responder eso damos sentido a la defensa de la república. Si somos incapaces de hallar una contestación, mejor nos dedicamos a hacer negocios y otras actividades comestibles.

Millones de personas se consideran libres porque, si les da la gana, se pueden emborrachar esta noche, por más que hayan subido los licores, y hasta pueden irse al diablo por aceptables carreteras. Pero, cuando los patriotas (Olmedo, Montúfar...) y los liberales (Hall, Montalvo...) decían que luchaban “por la libertad”, ¿pensaban en el derecho a caer por un chongo cada viernes? Hay quienes piensan que el hombre no es libre, que la libertad es un fantasma, una ilusión. El ser humano sería solo un animal un poco más complejo, que confunde sus sofisticados instintos con el libre albedrío. Pero hay una posibilidad que puede elegir el hombre, que es absolutamente inédita en la naturaleza, ningún otro ser posee algo parecido: puede suicidarse, acabar con el bien fundamental que lo constituye. De una manera más amplia, los humanos pueden atentar contra sí mismos, conspirar contra su existencia y su bienestar. Los animales suelen hacerse daño, pero siempre es un efecto colateral de un propósito distinto, nunca buscan matarse o herirse, sino que eso “les pasa” cuando buscan otra cosa. Entonces ser libre es la posibilidad de optar por la autodestrucción o por la autorrealización. Si se nos quita cualquiera de las dos opciones ya no somos libres. Así podemos decir diáfanamente que ser libre es poder asumir el riesgo de nuestro propio fracaso existencial, vital, biológico...

Cuando éramos niños nos disgustaba tanto oír a padres y maestros decirnos “es por tu bien”, cuando nos prohibían algo. Resulta que a los sesenta años de nuestra edad nos aparecen “profesores” a decirnos que no apostemos, que no veamos espectáculos violentos, que no consumamos licores extranjeros, por nuestro bien. La esencia de los sistemas que coartan las libertades es este pretexto de que hay alguien superior que vela por nosotros, que evitará que nos empobrezcamos, que nos lastimemos y que nos matemos, en un mundo edulcorado y sin riesgo. Así son todos los socialistas, encuentran formas de cuidarnos de nosotros mismos, en un absoluto desprecio de las capacidades humanas. Claro que la pura verdad es que lo hacen por el bien de ellos, por aumentar su poder, pero hay niños de 18 a 90 años que les creen el cuento.