Rosa, menta, tamarindo y naranjilla estuvieron entre los sabores preferidos por los niños, jóvenes y adultos que en cualquier época del año, pero especialmente en los días en que arreciaba el calor, buscaban atenuar sus estragos y calmar la sed con un prensado, fresco o raspado, que era fácil encontrar en algún quiosco fijo o carretilla ambulante que iba en pos de sus clientes por cualquier barrio de nuestra ciudad.

El prensado era el resultado de raspar mediante un aparato manual un trozo grande de hielo y compactarlo en un molde, especialmente un vaso, y rociarlo con la espesa miel de los sabores citados; en cambio, el raspado o refresco consistía en poner hielo sin compactar en un vaso y agregarle el jugo de otras frutas o aquellas esencias preparadas con más líquido.

Los refresqueros o prensaderos recorrían el vecindario porteño, aunque algunos ya tenían su sitio fijo y eran esperados por sus clientes, como los alumnos de escuelas y colegios, que se apostaban a la entrada de sus planteles para gastar sus últimas monedas o pedir crédito hasta el siguiente día. La cercanía de los cines de mayoritaria asistencia y los calles donde se jugaban largas jornadas sabatinas de indorfútbol también constaban entre los lugares que visitaban las carretillas de refrescos, que ahora han mermado su número y hasta han perdido ciertas características, porque el cepillo de raspar le cedió el paso a otro tipo de máquina, las esencias no tienen la misma consistencia de antes y hasta el nombre lo cambiaron por granizado.

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Ciudad, la ciudad altiva, que es para mí la primavera; cuya imagen, en sus aguas cantando el Guayas se lleva...
Daniel Pallares Peñafiel (ecuatoriano)