JORGE MARTILLO MONSERRATE
.- A Víctor Hugo Viscarra lo encontré maltrecho y tirado en la calle. Bueno, literalmente lo que encontré en una acera de La Cachinería fue un ejemplar de Alcoholatum y otros drinks: crónicas para gatos y pelagatos. Libro que Viscarra publicó en el 2001. Yo no sabía nada de ese escritor pero ese título me sedujo como una cerveza bien helada. Lo compré, lo leí, me gustó, lo presté y lo perdí.

Luego me enteré de que Viscarra nació el 2 de enero de 1958 en La Paz, Bolivia. A sus 12 años por problemas familiares inició su vida de marginal. "Vivo en la calle y nunca tengo plata. Soy un pobre muerto de hambre. Entonces, ¿qué más realidad que esa para escribir?", dijo en una entrevista.

Álex Ayala en Los mercaderes del Che y otras crónicas a ras del suelo refiere que Vicky Ayllón -amiga de Viscarra-, le contó que este vivió en un albergue de niños, fue novicio en un seminario, militó en las juventudes comunistas, trabajó en la Aduana de un pueblo fronterizo, también en la Casa de la Cultura de Cochabamba pero no soportaba ser burócrata de oficina y cuando un psiquiatra le sugirió que escribiera sobre su vida, lo hizo, a más de beber con ejemplar disciplina.

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Por eso lo apodaron el Bukowski boliviano -en referencia al narrador norteamericano Charles Bukowski- aunque él se definía como un pobre diablo que deseaba ir al infierno porque habría calefacción y no ese frío afilado de las calles paceñas donde dormía ebrio.

En vida publicó: Coba, lenguaje secreto del hampa boliviano, 1981; Relatos de Víctor Hugo, 1996; Alcoholatum y otros drinks: crónicas para gatos y pelagatos, 2001; Borracho estaba, pero me acuerdo, 2002; y Avisos necrológicos, 2005.

En el 2007, un año después de su muerte: Ch·achi fulero. Los cuadernos perdidos de Víctor Hugo Viscarra. Sé que últimamente editoriales de Argentina y España lo han publicado. Aunque sus textos literarios, a más de entrevistas y crónicas sobre él, se encuentran en blogs y páginas de internet.

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Su literatura es una crónica biográfica de personajes y lugares marginales que conoció y habitó. Ese mundo lo narra magistralmente con lenguaje directo y humor negro.

Cuentan sus amigos y editores que en sus noches de bohemia Viscarra escribía en cualquier servilleta o pedazo de papel que luego iba armando como un rompecabezas. Pero sobrio escribía en la computadora de algún amigo y ahí guardaba sus archivos.

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Durante sus campañas alcohólicas pedía dinero para beber en sus legendarios bares de mala muerte. "Allí, con mis delincuentes, mis putas, mis maracos, mis mendigos y mis ladrones, me siento en casa", decía el escritor maldito que buen sentido de humor se presentaba así: "Soy Víctor Hugo Viscarra, antropólogo especialista en antros".

Los editores le pagaban sus derechos de autor con ejemplares que Viscarra vendía, regalaba, perdía, cambiaba por trago y hasta fotocopiaba porque él mismo se pirateaba para sobrevivir.

El cronista Álex Ayala lo describe como un hombre de 60 años cuando tenía 46. Encorvado, caminando lentamente, mal trajeado, dueño de una nariz chueca por algún golpe y de una sonrisa casi sin dientes. "Tenía la pinta lúgubre de un enterrador antes de meter la pala a una tumba", señala Ayala. Para entonces, Viscarra luchaba contra la tuberculosis. No bebió licor once meses pero unos cuantos días volvió a hacerlo y no pudo parar como un carro sin frenos. Él que proclama pegándose un tiro a los 50 años y morir, "solo y como un perro, pero libre, tomando el último trago".

Murió el 24 de mayo del 2006, a los 48 años, en la cama de un hospital, lejos de un antro. Se lo llevó no un disparo sino una cirrosis fulminante. Refieren los reporteros que cubrieron su entierro que solo un puñado de amigos lo acompañó en el Cementerio General de La Paz donde reposa en una humilde tumba pero ahora que es una leyenda -marginal pero leyenda- los que lo visitan no le llevan flores, sino una botella de licor.

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A él, a Víctor Hugo Viscarra, el escritor maldito que en Borracho estaba, pero me acuerdo, cuenta la increíble historia del bar donde acuden los que beben hasta morir: "Para los que quieren suicidarse bebiendo sin parar está el traguerío de doña Hortensia, conocido entre los 'artistas' -los borrachos- como el Cementerio de los Elefantes, un lugar en el que el 'artista' que decide suicidarse es conducido a un cuarto para que pueda terminar con su existencia".

"Como los bebedores tienen el pulso de pajero, doña Hortensia les vende el trago en un balde de plástico en el que caben dos litros de líquido. Para beber, a falta de un vaso de cristal, les da un vasito vacío de yogur. Y para que el tipo no se eche atrás, cierra la puerta con un candado, cuya llave guarda luego en uno de los bolsillos de su pollera. Cuando hay necesidad de botarlo a la calle -porque está tieso-, no faltan jamás voluntarios para llevarlo al callejón, donde lo recoge luego la furgoneta de homicidios".

A Víctor Hugo Viscarra lo encontré maltrecho y tirado en la calle.