Así fue como Ron Ziegler, Secretario de Prensa de la Casa Blanca, tildó el intento de robo en unas oficinas que tenía el Partido Demócrata en el edificio Watergate ubicado en Washington D.C. ocurrido hace cuarenta años, la noche del 17 de junio de 1972. Se trata dijo de un simple “third rate burglary”, en un afán de restarle importancia al asunto cuando ya había comenzado a atraer la atención. Un simple robo de tercera clase que se convertiría luego en un enorme escándalo político que obligó al presidente Nixon a renunciar.

Varias fueron las repercusiones que provocó la crisis Watergate tanto en la sociedad estadounidense como fuera de ella. Watergate marcó, por ejemplo, un cambio fundamental en cómo el periodismo se miraría a sí mismo. A partir de entonces quedó en claro que el periodismo podía y debía convertirse en una barrera contra los brotes autoritarios en los sistemas democráticos. No es una coincidencia que cuando explota el escándalo Nixon acababa ser reelegido con una votación abrumadora y gozaba de una enorme popularidad. Él estaba convencido que su aplastante victoria en las urnas lo ponía por encima de la Constitución y la ley. Es de él y de su círculo de donde nació la idea de descalificar a los periodistas –en su caso del Washington Post– por el hecho de no haber ellos ganado ninguna elección.

Otro de los varios efectos que produjo el Watergate tuvo lugar en el campo de la ética profesional de los abogados. Cuando John Dean III, el ex asesor legal de la Casa Blanca, fue a declarar ante la comisión del Senado que investigaba el escándalo, el senador Talmadge pidió que se le mostrara al testigo un documento que este último había preparado donde había enlistado quienes a su juicio habían violado la ley en este affaire.

El senador le pidió a Dean que le confirme si esa era lista que él había preparado en anticipación a la audiencia. Dean contestó que sí. Seguidamente comentó el senador, “Mi primera reacción fue: aquí hay un buen número de abogados! Así que puse un asterisco junto a cada uno de ellos”. El resultado fue un documento poblado de asteriscos. “¿Cómo es que en nombre de Dios pudieron tantos abogados haberse involucrado en una cosa como esta?”, se dijo luego.

Si bien la mayoría de los abogados que constaban en esa lista terminaron en la cárcel, mientras que Nixon se salvaba por motivos políticos, lo cierto es que la imagen pública de los abogados, que había crecido tanto durante las luchas por los derechos civiles en la década anterior, quedó seriamente disminuida luego del escándalo de Watergate y probablemente no se recuperó. Ciertamente ¿cómo había sido posible que quienes habían optado por una profesión que se basa en el derecho se convirtieron una vez en la función pública en importantes instrumentos de su destrucción? Ello no tenía ni tiene justificación ni entonces ni hoy, así se trate de encubrir un simple robo de tercera clase.