¿Se puede expresar sentimientos personales, como la nostalgia, que se encona cuando marcamos el paso de los años, hoy exactamente cincuenta y siete, y al mismo tiempo no descuidarnos del entorno; permanecer filoso e indeclinable, cuando el despecho apolilla nuestras estructuras; que nos importe lo que pasa en nuestra sociedad, a pesar de que no podamos soslayar el derrumbe interior? El miércoles la suerte me dio elementos para responder esta pregunta, cuando las cultas damas del Club de Libro El Sano Placer me invitaron a disertar sobre la novela Divorcio en Buda de Sándor Márai.

Ese relato trata sobre dos perfectos burgueses, un médico y un abogado que comparten el amor de una mujer. ¿Es que el amor puede ser una pregunta que dejó de hacerse? ¿Es que el amor puede ser una relación conyugal dominada por la resignación? El sentimiento es, en el mejor de los casos, un fantasma que, sin embargo, puede llevar a la tortura, al homicidio y al suicidio. Lo notable es que en este drama tan íntimo, tan de puertas para adentro, el escritor logra traslucir el derrumbe de la sociedad húngara, ocurrido tras el fin del Imperio Austrohúngaro. En este Estado multilingüe y multiétnico, a fines del siglo XIX y principios del XX, se produjo uno de esos “momentos estelares de la humanidad”. Una impresionante pléyade de genios coincide en ese lugar y en ese momento, al calor de la convivencia de culturas distintas: Freud, Wittgenstein, Schönberg, Buber, Shumpeter, Klimt, von Mises, Mahler... y centenares más. Con la división del imperio, tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, ese mundo se disuelve, para desaparecer bajo las tiranías fascista, nazi y comunista. Pocos países sufrieron más el impacto de estas tragedias como Hungría y ese es el marco histórico que registra Márai en sus novelas, en las que la melancolía y la pesadumbre son los sentimientos dominantes.

Márai fue famoso como escritor y periodista antes de 1945, tras emigrar a Estados Unidos un infame silencio se extiende sobre su obra. Se suicida en California en 1989, pocos meses antes de la caída del Muro de Berlín, con palabras de otro notable austrohúngaro suicida, Stefan Zweig, digamos que “no alcanzó a ver el amanecer”. A fines de los años noventa, algunos editores “descubrirían” a Márai, convirtiendo en bestsellers muchos de sus libros. La lección de su obra es que sí se puede cantar la propia añoranza y al mismo tiempo cuestionar la historia que nos toca vivir. Hoy igual, el mundo se ha dado la vuelta. Nadie quiere recuperar el ayer pero nos ahoga la incertidumbre. Las soluciones de fuerza seducen a los cobardes e ignorantes. El amanecer puede estar lejos, a Hungría tardó, por decir algo, cinco décadas en llegar. ¡Y ahora allí amenaza con oscurecer! Mientras tanto, me permito el día de hoy y en esta ciudad, tratar de convertir en flores mi quejido.