En el debate presidencial de la campaña del 2006, el futuro líder de la revolución se espantó porque una candidata dijo producto bruto interno en lugar de producto interno bruto. Poco le faltó para calificarla de bruta, aunque sí utilizó el término mediocridad, que desde entonces pasaría a convertirse en el calificativo preferido para referirse a sus oponentes. Con ello, el joven candidato logró un fruto inmediato que iría abonando con el paso del tiempo. Aprovechando la liviandad de la comunicación televisiva, se mostró como la persona que ponía todo el rigor del mundo en el tratamiento de los conceptos, lo que en el país de los tuertos significaba un paso muy importante en el camino al reinado. De ahí en adelante alimentaría esta imagen con constantes alusiones a su pasado como profesor universitario.

Por ello, sorprende que en su monólogo semanal afirmara que Carlos Montúfar formó parte de la gesta del 10 de Agosto de 1809, cuando este personaje –como lo consigna cualquier libro de historia– viajaba en esos días desde España a América. Como si eso no bastara, sostuvo que logró evadir la cárcel gracias a que su condición de marqués de Selva Alegre lo convertía en un pelucón privilegiado. Hay que recordarle al líder que el marquesado pertenecía a Juan Pío, el padre de Montúfar, quien sí encabezó la primera Junta de Gobierno de Quito, y de paso recordarle también que el buen sentido y la ropa tendida aconsejan no atribuir a los hijos las acciones de los padres, ni viceversa. Carlos llegó meses después enviado por la Corona española, pero inmediatamente tomó el bando de los independentistas. Esto le costó la vida, que es algo más que la cárcel que el líder dice que logró evadir. Murió en 1816, fusilado por los realistas –después de participar en muchos combates–, como un soldado que se jugó el todo por el todo y que se merece el respeto que deben tener los héroes de la independencia.

Esta cadena de errores del líder fue sin duda más importante que el cambio de orden de las palabras que le dio tanto éxito en el debate televisado. Pero, aun esa tergiversación de la historia resultó pequeña frente al error que vino después. Su incontinencia verbal, asociada a su vocación de omnipresencia, lo llevó a colocar contra las cuerdas al alcalde de Quito. Todas las referencias al denostado Montúfar fueron hechas en dirección a esta autoridad, ya que sin que viniera al caso abordó el tema del nombre del nuevo aeropuerto. Para desgracia del alcalde, entre las opciones propuestas por el Municipio constaba el héroe independentista. Al líder no le gustó para nada y parece que tampoco fue de su gusto que la ciudadanía, en un ejercicio de participación directa, hubiera escogido un nombre que no era de su agrado. Propuso otro, puso a la masa a corearlo, arrinconó a la autoridad municipal de su propio partido y, en un par de días, como manda la obediencia, los concejales encontraron la fórmula para acatar la magna palabra.