El sueño samborondeño está llegando a su fin. Actualmente –y a pesar de su alto nivel en calidad de vida– esta región urbana enfrenta una serie de problemas, que son el producto de la nula planificación en el momento de proyectar y construir.

La vía a Samborondón es ahora un enorme atolladero de vehículos que en las mañanas se extiende hasta cuatro kilómetros, desde el Liceo Panamericano hasta el cruce de la avenida Pedro Menéndez con la avenida Plaza Dañín. De noche, el atolladero se da en el sentido contrario. Se trata de un evento totalmente predecible, ante la existencia de una sola vía vehicular y ante la presencia de solo dos puentes, a los extremos de la vía. Si esta situación sigue sin atenderse, el problema promete empeorar dentro de los próximos quince años, cuando las nuevas urbanizaciones de La Aurora, Batán y Mocolí dupliquen la población existente.

Muchas urbanizaciones se han visto forzadas a resolver sus problemas de las aguas servidas, ante la imposibilidad de poder vivir para siempre a expensas de los pozos sépticos. En la mayoría de los casos, la solución ha sido la creación de pequeñas plantas de tratamiento, ubicadas –a la fuerza– dentro las áreas verdes.

El tiempo ha demostrado, además, que la tipología de la urbanización samborondeña no es del agrado de sus propios habitantes, lo cual produce muchas contradicciones en el comportamiento de los mismos. Los espacios públicos de estas urbanizaciones permanecen abandonados la mayor parte del tiempo. En lugar de ocupar las calles internas para trotar o andar en bicicleta, las personas prefieren realizar aquellas actividades deportivas en la carretera, a pesar del tráfico pesado y la polución. En cuanto a las lagunas artificiales, muchos las culpan de ser criaderos de mosquitos, cuando las bombas se averían. La población del sector está consciente de que estas lagunas les perjudican, cuando coinciden las altas precipitaciones y la pleamar de los ríos, provocando mayores inundaciones.

Samborondón vive hoy las consecuencias de un ostracismo urbano muy mal implementado. Y es el momento de que este sector cuestione, reflexione y reestructure sus espacios y su forma de vivir.

Posiblemente, en menos de una década encontremos personas que abandonen Samborondón, para mudarse a Urdesa o al centro de Guayaquil, donde cuentan con una gran cantidad de servicios más completos e inmediatos. Estos sectores permiten además el desarrollo de sus actividades sin depender tanto del automóvil. Es usual que las ciudades, luego de una etapa de expansión territorial acelerada, se contraigan.

Y es que esos son los dos grandes problemas de Samborondón: la desconexión de sus servicios con las áreas residenciales y la relevancia que tiene el automóvil en su rutina diaria. Deben entonces buscarse medios para que las urbanizaciones se integren entre sí, y lograr que estas generen y compartan infraestructuras y servidumbres, así como espacios comunales, comerciales y recreativos de baja densidad. Eso les inyectaría vida pública y les permitiría funcionar como barrios caminables, generando comunidades internas. Quizás menos muros y más personas sean la clave para una vida mejor.

Todos estos problemas tienen solución, y deberían ser estudiados y resueltos. No olvidemos que existen muchas áreas en pleno desarrollo de Guayaquil, que pretenden imitar el modelo urbano de Samborondón, y sería prudente que estas nuevas zonas no cometan los mismos errores. Lo que hoy es una incómoda realidad en Samborondón podría volverse una terrible pesadilla en la vía a la costa.