Las carteleras de cine anuncian la película Pescador. Nadie ha obligado a las cadenas de cine a mostrar esa película por ser ecuatoriana. Lo hacen porque la consideran una buena película. Sin embargo, este Gobierno y muchas personas consideran que las creaciones nacionales necesitan leyes restrictivas para impulsar su difusión.

El proyecto final de Ley de Comunicación exige que el 40% de la programación de los canales de televisión sea ecuatoriana. La ley también obliga a los canales a comprar por lo menos dos películas ecuatorianas al año y hasta establece el precio que deberán pagar por ellas. En las radios, al menos el 50% de su contenido musical deberá ser nacional.

Yo como director de cine o músico me opondría a una ley que obliga a los medios a comprar mi película o transmitir mi canción por el irrelevante hecho de ser ecuatoriana.

La excusa va más o menos así: “Es muy difícil competir contra las grandes producciones y disqueras internacionales. El Estado debe entonces exigir que las radios y canales de TV protejan e impulsen al artista nacional, en lugar de escoger libremente su programación”.

¿Qué tal si mañana un alcalde de algún cantón exigiera a las radios locales que la mitad de su programación sea de artistas de ese cantón, para así promocionar al talento local y luchar contra las “grandes” producciones de Guayaquil y Quito? ¿Suena absurdo, no? Lo mismo aplica para un país que pretende imponer a sus artistas frente a lo que ofrece el mundo.

¿Qué tal exigir, por ejemplo, que el 50% de la ropa que venden los centros comerciales sea diseñada y confeccionada por ecuatorianos, y que la mitad de los libros que se venden en librerías sean de autores ecuatorianos, y que la mitad de los platos que ofrecen los restaurantes sean recetas locales, y que la mitad de los productos en tiendas y supermercados sean marcas nacionales? Si la idea es proteger lo nacional, da igual aplicarlo a cualquier área.

“Pero es que a diferencia de tiendas, librerías o restaurantes, las frecuencias de radio y TV no son privadas, sino del Estado”, justifican algunos. Entonces, con mayor razón debemos ser nosotros, los dueños de esas frecuencias, quienes decidamos qué ver y escuchar con base en nuestra libre demanda y no en leyes arbitrarias.

“Pero otros países tienen leyes similares que han logrado impulsar su industria musical y cinematográfica”, dicen otros. El patrioterismo es popular en todos lados. Si así es la cosa, apoyemos de verdad lo nacional prohibiendo por completo la música y las producciones extranjeras. ¿Qué tal?

De todos los aspectos de la Ley de Comunicación, tal vez este parezca inofensivo. No lo es. Debe preocuparnos que la gente apruebe la restricción de su libertad por razones nacionalistas.

Como leí por ahí: “El nacionalismo es la extraña creencia de que un país es mejor que otro por virtud del hecho de que naciste ahí”. Al escuchar una canción no me interesa el pasaporte que acompaña la voz. Me interesa la canción. Pescador no necesitó una ley nacionalista que obligue a los cines a transmitirla. El talento, sin importar su origen, encuentra formas de triunfar.