El excelentísimo señor presidente de la República dijo, en una entrevista a una periodista española, que muchos de los periodistas, intelectuales y escritores que se pronunciaron en todo el mundo a favor de la libertad de expresión, ni siquiera saben dónde queda el Ecuador.

Chuta, ¡qué brutos! Por lo menos ahora se preocuparán por situar a nuestro país en el mapamundi, con lo cual el gobierno de la revolución ciudadana habrá contribuido no solo a la promoción de nuestra patria sino al desasnamiento de quienes la nombran en medio de su ignorancia.

¡Pero qué alivio! ¡Ya nos van a ir conociendo! Vamos, gracias a la política impuesta por el excelentísimo señor presidente de la República, a ocupar un sitio indeleble en la memoria de toda la gente del planeta.

Y es que, claro, hasta ahora nos conocían solo por las cosas nefastas que ocurrían: terremotos, erupciones y golpes de Estado bien volcánicos, con harta piroclastia, lava y ceniza.

Pero ahora la revolución ciudadana es la que nos está lanzando a la fama con asuntos distintos, novedosos, imaginativos. ¿Cuándo, por ejemplo, se iba a imaginar el mundo que desde el Ecuador –un país soberano y que, por tanto, hace lo que le da la gana– se exporta cocaína desde la Cancillería mediante el inédito mecanismo de la valija diplomática? ¿Cuándo? Y entonces, quien se entera de esa sorprendente noticia se queda con los ojos abridos como platos, con el corazón acelerado por la sorpresa, y tiene que ir corriendo a un mapa para ver dónde queda el Ecuador y darse cuenta que sí, que ese país existe. Y que, además, la gente que puebla este territorio es sensible hasta más no poder y superartística: ¡cómo ama el teatro!

Por suerte, sí hay bastantes otras cosas que nos pueden promocionar. Por ejemplo, mucho ha de contribuir a que el mundo sepa dónde queda el Ecuador si se les dice que aquí cuando les trincan a los funcionarios con el soborno, ellos se comen los cheques. Y ni se empachan ni nada. ¿Y a los que no quieren trincarles o si les trincan y no les hacen nada? Ellos se reciclan como pelucones, pero pelucones revolucionarios y siacen millonarios diuna. ¡Qué novedoso!

Además, que aquí ocurren unos magnicidios en que el muerto que se abrió la camisa para que le magnicidiaran, sigue vivo. ¡Uh!, con eso va a haber una avalancha de turistas que vengan para tocarle al finadito y verle cómo –lo que ellos se imaginarían que era un fantasma– va de aquí para allá, pelea con todos, insulta, canta, se viste con camisas étnicas y habla en quichua, pero acusa de terroristas a los indios, les dice que son cuatro pelagatos de ponchos dorados y plumas y, cuando ellos se cabrean y marchan, les obstaculiza las vías, les sitia y les recibe con contramarchistas traídos en buses y alimentadas por el Estado con sánduches dorados, carpas de plumas y bono del buen dormir.

Además, los hermanitos Alvarado pueden armar unos promocionales preciosos sobre la manera en que el presidente se vuelve rey porque por algo su majestad tiene todo el poder. (¡Ay no!, tiene la majestad del poder, quise decir). Así, quien los vea sea en Europa, en Asia o en Oceanía nunca más se le va a ocurrir preguntar ¿dónde queda el Ecuador?