Cuando se lea esta columna habrá transcurrido un mes sin ministro de Agricultura, el último desapareció sin dejar rastro ni huella significativa, salvo en el tema de banano, donde una decisión equivocada le costó el puesto. Desde entonces hay un ministro encargado, el de la Producción, que me imagino, distribuye su tiempo entre uno y otro. El despacho vacío es demostración de la poca importancia que tiene este ministerio o de la poca importancia que le dan en el concierto gubernamental; de hecho es revelador de que no saben qué hacer con él. Ya trataron con ministros empresarios, uno de la Costa y otro de la Sierra, un académico de prestigio y un técnico, todos de ciclo corto; ninguno satisfizo, pues pruebas al canto, todos fueron removidos por algún tropiezo y ninguno fue reciclado a otro ministerio, como es costumbre.

Por suerte aun cuando es triste decirlo, el Magap no pesa mucho en la realidad del sector agropecuario. Las siembras y cosechas han seguido; los productos agrícolas y los insumos siguen transándose; las decisiones sobre la tecnología depende de distribuidores de insumos o de las empresas que compran la producción y no del Iniap o del sistema de extensión agropecuario o como este se llame ahora; el crédito en su mayoría proviene de la banca privada y del BNF, de las cooperativas y de chulqueros y fomentadores, pero en ello poco tiene que ver el ministerio; las plagas y enfermedades siguen al acecho, como lo hacen las lluvias y temporales que anegan tierras y se llevan cultivos y animales; tampoco en ello juega papel importante el Magap. De hecho, los agricultores creo yo, ni se han percatado de que no hay ministro; apenas una reducida manifestación acudió a sus oficinas en Guayaquil, no sé si para reclamar por el despacho vacío o por la mera costumbre de manifestar.

Cuando nombren un ministro, si llegan a hacerlo algún día, debe entrar cabizbajo y sin ninguna ampulosidad o prepotencia a su despacho. Llega a un ministerio que a pesar de que tiene que ver con la actividad a que se dedica una de cada cinco personas, que pone sobre nuestra mesa la mayor parte de alimentos que consumimos, que abastece una industria que en conjunto es la más importante del país: la de procesamiento de alimentos, y que hace conocer nuestro país en el mundo entero por lo que dan nuestras tierras y productores; no tiene impacto mayor sobre nada de ello. Llegará sí a un gran edificio que cuando fue construido daba indicación del peso que entonces se daba a la actividad agropecuaria, pero que hoy en día es cascarón vacío sin consecuencias operacionales.

Algún día escribí que lo de agricultura y el medio rural necesitan enamoramiento y pasión, requiere apreciar el suelo mojado y listo para la siembra, el arcoíris de colores que tiene el campo, desde los cafés de los suelos, a los verdes de las plantas y a los amarillos de las mieses listas para cosecha; los olores de la majada puesta por una vaca o de la pudrición del cacao o el sonido de un relinchar de un caballo. Me pregunto si la ausencia de ministro es señal de desamoramiento, quizás separación o peor aún divorcio, entre un Estado y una sociedad cada vez más urbana y una sociedad rural incapaz de postular sus sueños y necesidades. ¡Una tragedia realmente edipiana!