Durante esta época navideña es muy común escuchar historias que llegan a las fibras sensibles de nuestros corazones. Historias de reencuentro familiar, de ese regalo esperado que nunca llegó, de esa esperanza perdida que renació al ver a un ser querido, de los enfermos terminales que quizás verán una luz navideña por última vez, de aquellos que no tienen qué comer y de los que quieren creer que no tienen nada que compartir.
Por otra parte, los que viven días mejores se cansan en largas jornadas de compras de regalos para todos, juegan al amigo secreto, hacen intercambios de regalos, cenas entre amigos y compañeros de trabajo, de estudio o simplemente de la vida; concentrándose en quedar bien y en sumergirse en el consumismo. Es muy lindo dar y recibir un obsequio, nadie puede negarlo; pero, ¿acaso vale más que un consejo de tu padre, que el abrazo de tu madre, de tus hermanos; que el beso de tu esposa o que la ilusión reflejada en los ojos de tu hijo cuando te mira? ¿Qué pasa si empezamos a vivir la Navidad como una oportunidad de acercarnos en realidad, en lugar de buscar cumplir con compromisos? ¿Qué pasa si abrimos el corazón los demás meses del año? ¿Qué pasa si damos gracias por no ser protagonistas de esas historias que entristecen y nos convertimos en protagonistas de historias que engrandezcan nuestros corazones? En esta época la gente se vuelve amable, las familias se reúnen, los amigos se acercan, se perdonan las ofensas, se reconcilian los corazones. ¡Qué grave problema tenemos! Pasa solo un mes al año. En realidad no quiero desearles una feliz Navidad, quiero desearles una Navidad que les dure 365 días.
Tomás Chong Qui,
Guayaquil