Su delgado y trigueño cuerpo tiembla sentado en una silla del pasillo del Hospital de Infectología José Daniel Rodríguez, una hora después de salir del consultorio de su médico tratante, al que visita a menudo. Los escalofríos no le permitieron llegar a la puerta. El suero que le administraron para combatir las bacterias impregnadas hace tres meses en sus pulmones y estómago lo debilita.