Amanece. Un radiante sol invade las calles de Guayaquil, haciendo brillar las esculturas de cerámica ubicadas en distintos sectores, o las infraestructuras del centro, o el río Guayas, que fluye al pie de la ciudad y que con sus tonos ocres otorga identidad a esta geografía.

Los tonos celeste, amarillo, verde, rosa y naranja se impregnan en la retina de quienes circulan frente al cerro Santa Ana, antes de ingresar al túnel, la conexión al norte de esta urbe. Sobre ese lado está un símbolo costeño: el mono capuchino de brillante pelaje café, una de las tres obras que el artista Juan Sánchez ha creado para la Perla del Pacífico, que este 9 de octubre cumplirá 191 años de independencia.

Guayaquil es una ciudad que a más del cemento, posee áreas verdes, para ofrecer esparcimiento a sus habitantes. Los rojos y amarillos de las flores otorgan calidez al ambiente. Estas plazas están rodeadas de un brazo del verdusco estero Salado, que va bañando, apacible, distintas zonas.

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En el estero se reflejan también las casas de caña y madera, característica de los suburbios guayaquileños. Un paisaje que contrasta con el de las zonas regeneradas, donde los colores pasteles de las viviendas llenan de vida a sectores como los que están entre los puentes El Velero y Patria, que por las noches irradian, el primero, potentes luces azul y blanco, y el segundo, los colores de la bandera ecuatoriana.

Identificar a una ciudad por sus tonalidades es una tarea compleja. Al inicio podría decirse que son los colores de su bandera, en este caso el celeste y blanco de la guayaquileña; pero en esa búsqueda convergen la historia, cultura y las aficiones de su gente. De esta última puede afirmarse algo respecto al deporte, a Guayaquil lo identifican el amarillo y el azul.

Los equipos del Astillero, Barcelona y Emelec, protagonizan las fiestas durante sus encuentros, cuando en esos clásicos el cielo se pinta de amarillo y azul, y sus hinchas visten las camisetas de la Boca del Pozo o la Sur Oscura.

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La belleza de Guayaquil recae sobre su estructura y colores cálidos que exaltan el espíritu y tradición del guayaquileño. Colores alegres, tropicales, propios de su clima. Así lo dice Vicente Ramírez, profesor de Artes Plásticas de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo. Mientras, el artista Illich Castillo, profesor del ITAE, asegura que uno de los lugares más visuales de Guayaquil es la Bahía, específicamente el sector de quioscos de las películas piratas, “donde la mirada ya no puede aprehender todo de una, sino en muchas miradas, como el zoom de una cámara”.

Esos vistazos rápidos también se dan con los murales de reconocidos artistas e instalados en los pasos a desnivel de las principales avenidas de la ciudad, como la Carlos Julio Arosemena, Juan Tanca Marengo o las de ciudadelas como La Garzota. Ahí están Árboles ecológicos de Félix Aráuz y Paisaje guayaquileño Composiciones guayaquileñas de Hellen Constante. En ellos priman la naturaleza, los verdes de las plantas.

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Las esculturas adornan otras zonas de Guayaquil. En la Alborada está un papagayo revestido de cerámica de colores rojo, verde y naranja, una creación de 12 m de alto de Juan Sánchez, también autor de la iguana de Aventura Plaza.

Desde ahí se ven a lo lejos las Lomas de Urdesa o el cerro Mapasingue, cuyas pequeñas lucecitas, por las noches, se asemejan a los nacimientos que cada diciembre, en la época navideña, llegan a los hogares del mundo.

Así es Guayaquil, el puerto principal del Ecuador, también conocida como la Perla del Pacífico, o el Manso Guayas, por su tranquilo y peculiar río, a veces verdusco, a veces con un color similar al chocolate, producto del sedimento que arrastra de sus afluentes.


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