Estas son unas pocas escenas públicas y notorias que están menguando la razón en el Ecuador de hoy: la justicia intervenida con descaro y desviada sin vergüenza; los medios de comunicación estatales convertidos en agencias gubernamentales; el travestismo ideológico como factor para representar al país; la Función Legislativa destinada a colmar el deseo presidencial; la publicidad oficial considerada como el máximo producto intelectual al que puede aspirar el Gobierno; el poder constituido como el gran perseguidor... Es la realidad patas arriba que cuestionó Eduardo Galeano, pero esta vez con un fraudulento letrero de izquierda socialista.

¿Cómo y para qué, en estas circunstancias, se puede escribir y leer poesía? ¿De qué manera la literatura erige un pequeño rincón en el cual podemos soltarnos de ese maremágnum que trae esta época malamente etiquetada de revolucionaria? Una posible respuesta se halla en el más reciente libro de poemas de Mario Campaña, En el otro mundo (Barcelona, Candaya, 2011): “En el próximo mundo podremos más. / También ahora podemos más, / Pero las huellas del desastre / Y la falta de sueño / Nos impiden creer que podemos más… / Cuando hagamos otro mundo / Las piezas que hoy no encajan / Encajarán sin falta”.

Al contrario del discurso de aquella política comprada por el poder, la poesía recompone el lugar de la dignidad personal y hace de la verdad tan solo una búsqueda. También muestra que, por medio del arte, una sola voz puede suspender momentánea, pero profundamente, toda la bullanguería que atiborra nuestros sentidos en la cotidianidad, y proveernos así de motivos para seguir. La voz de Campaña proviene de la amplia experiencia del camino, tiene que ver con el pasar de los años junto a la lectura. Cuando aparece una estupenda palabra poética nos damos cuenta de la errada creencia de que aquí alguien está recomponiendo todo para la felicidad de todos.

¿Se les puede pedir a los agentes políticos la iluminación de la poesía –paradójica y contradictoria– para ajustar sus acciones? Tal vez sea una solicitud inútil o innecesaria. Acá, provincianos nosotros, aún confiamos en que una revolución social decidida verticalmente y a punta de imprecaciones nos modificará positivamente el porvenir. La poesía, en cambio, enseña que la única vía para pretender un mundo mejor es el perfeccionamiento individual: “Solo el vencedor se quedará sin sitio / En las galerías de nuestro próximo mundo. / Solo la reina de la fiesta se quedará sin bailar. / Y solo el que duerme, sin soñar. / Pero a la casa del próximo mundo / Entraremos todos”.

Con la poesía se crece en humanidad; con esta política, no. Los versos sosegados de Campaña nos entregan imágenes de lo que vendrá después, cuando el griterío haya cesado; nos dicen que el susurro alimenta más que las consignas: “Ni la fuerza ni la astucia / (Del escorpión que esconde su ponzoña) / Tendrán espacio allí: / Todos mostraremos nuestros males, cada uno / Sabrá en dónde está cada veneno / Y conocerá el antídoto… / En ese tiempo nuestro pobre mundo / Ya habrá aprendido a vivir con la penumbra. / No nos engañará la luz, artificiosa, / Como a los peces, / Cazados por lamparillas que ocultan / La sabiduría de la noche”.