Concluye la XIV edición del Festival Internacional de Artes Escénicas Guayaquil 2011 y con la última función comienza su equipo de realización a pensar en la que se convocará el próximo año.

Entonces el evento estará cumpliendo quince años de intenso trabajo y la fecha será evidencia de la mayoría de edad en una gestión que desde sus inicios ha pensado en los otros y otras: en los artistas, en el público y en la escena por venir. Es allí, en ese trabajar por el futuro, donde está el mayor aporte del coreógrafo y gestor Jorge Parra, director fundador del festival, y su equipo. Soñar, pensar y organizar una muestra como esta entraña una responsabilidad con la difusión de las artes, pero sobre todo un compromiso con los espectadores que cada año acompañan el evento y sobre todo con los nuevos que se incorporan.

Esta vez el festival apostó, como ya es costumbre, por la diversidad de estilos y abrió un nuevo espacio para la experimentación y la investigación en la sede del Instituto Superior Tecnológico de Artes del Ecuador (ITAE), que funcionó como un laboratorio abierto a procesos creativos, reflexivos y de formación.

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La muestra del trabajo cotidiano de este centro –sin duda un pilar en la educación de las nuevas generaciones de artistas escénicos del país– permitió calibrar una comunicación realmente imprescindible entre los estudiantes –que también mostraron su trabajo en el evento–, los profesionales de la escena local –en algunos casos también docentes– y los creadores nacionales e internacionales invitados.

De ahí que un público mayoritariamente joven estuviera participando del evento a tiempo completo. En cuanto a propuesta artística, las obras invitadas dieron muestra de la diversidad del quehacer escénico contemporáneo. Performances, danza en paisajes urbanos, teatro de máscaras, unipersonales, mimo corporal son algunos de los lenguajes reunidos en esta ocasión, en la que también hubo espacio para la puesta en escena a partir de textos contemporáneos.

En cuanto a temas, la inmensa mayoría de las puestas se referían a la necesidad de reencontrar al otro a partir del reconocimiento de sí mismo, con lo cual se ratificaba la necesidad de hablar del ser humano y sus imponderables en relación a contextos puntuales de existencia y trabajo.

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El pirata modelado por los artistas franceses de Zo Prod inauguraba ya al principio mismo del festival una reflexión en torno al cuerpo como escenario del conflicto. La creación frente a todos de un cuerpo ilusorio, armado con materiales de desecho, se convertía en una acción liminal, transfronteriza, que adelantaba la fusión evidenciada en otras propuestas del festival, que también ponía énfasis en lo performativo.

Dentro de ellas, Cubalandia, performances en escena de la actriz Mariela Brito, mostró un personaje popular de la Cuba actual que interactúa libremente con los espectadores y que al dilatar la platea quebró, frente a todos, la noción extendida de teatro.

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Algo similar ocurrió con la coreografía presentada por el colectivo franco-brasileño Flores, que con dos presentaciones en el evento mostró un nuevo rostro para la danza urbana, concebida como acción de encuentro y diálogo con el otro al tiempo que indaga en las peculiaridades del universo femenino. Más convencional, la propuesta española puso énfasis en la necesidad de apresar los recuerdos y de fijar eso que somos, más allá de las contingencias cotidianas.

Por su parte, los grupos ecuatorianos convocados dieron muestra de un quehacer bien diferenciado que va desde el trabajo en solitario de Carlos Gallegos, concentrado en lograr la comunicación con recursos mínimos, hasta el proyecto dirigido por el español Jesús Crasio, que remonta La casa de Bernarda Alba con actrices pertenecientes a varias generaciones de creadores de la escena local. Teatro Ojo de Agua y Teatro en el Cielo también presentaron sus propuestas a las que se sumó Muégano Teatro con la presentación fuera de programación oficial de Karaoke y la muestra, organizada por ellos, del Laboratorio del ITAE.Estas dos últimas propuestas potenciaron ese tan necesario espacio de confrontación, imprescindible para pensar el teatro ecuatoriano del futuro, al que también contribuyeron los talleres concebidos en esta ocasión.

Fiesta de las artes escénicas, el festival inicia desde ya un nuevo ciclo. Los quince años obligarán a mirar hacia atrás, ojalá sea posible con el apoyo del Ministerio de Cultura la edición de una memoria de todos esos años en la que sea posible verificar la tan importante trayectoria de estos encuentros que, sin lugar a duda, han ayudado a construir otra Guayaquil, una ciudad cultural que encuentra en la danza y en el teatro un espacio para pensarse y, ¿por qué no?, para soñar el porvenir.