Basada en la obra homónima de Peter Handke, Teatro Ojo de Agua presentó en la XIV edición del Festival Internacional de Artes Escénicas Guayaquil 2011 su pieza Kaspar. Inspirada en la aparición, el 26 de mayo de 1828, en la ciudad de Núremberg, de un niño de unos 16 años que había sido mantenido en cautiverio y total aislamiento.

Su nombre era Kaspar Hauser y su historia se convirtió muy pronto en fuente de inspiración para escritores y músicos fundamentalmente.

La falta de afecto y el vivir alejado del contacto con otros seres humanos hizo de este personaje un arquetipo del “salvaje” no culturizado, de ahí que su aparición en el teatro, desde el teatro, no solo permite abordar el tema de la formación de la identidad y del sentido de la educación en sentido general, teniendo en cuenta la importancia del lenguaje en ese proceso, sino también el rol del teatro como espacio de confrontación y verificación de la acción del hombre en el mundo y la razón última de esa acción.

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Pequeños detalles van conformando una puesta sin centro que se fuga de la idea convencional del teatro y presenta un proceso de aprendizaje en torno a las maneras de hacer y pensar el hecho escénico equivalente al que debe remontar el personaje durante la aventura que entraña la asimilación del lenguaje. La palabra postergada, que deviene incapacidad para percibir y comprender el mundo, es también evidencia del desajuste de la puesta con respecto a la propia noción de teatralidad.

No obstante, cuesta verificar las potencialidades del texto en el espectáculo, su capacidad de sugerencia, su peculiar modo de desteatralizar.

La puesta de Roberto Sánchez quiebra las relaciones acción-personaje, espectáculo-espectador, texto-puesta y se convierte en un mecanismo autónomo desasido y en cierto modo errático.

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Se necesitaría, sin embargo, un mayor contraste entre los dos momentos principales de la pieza: el primero, aquel en el que un “apuntador” dicta el comportamiento; el segundo, cuando el que el personaje decide por fin existir él también en el lenguaje.

Sin duda, se trata de una dramaturgia de suma complejidad en tanto se constituye un ensayo en torno a la humanidad y sus imponderables y por ello sea necesario quizás regresar a la puesta e intentar una segunda lectura.

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Densidad y opacidad son valores absolutos de la propuesta que nos obliga a profundizar en su concretización. Coherente con esa idea es el propio espacio de presentación de la pieza en el Festival, entendido como laboratorio de exploración en torno a las diversas maneras de obrar en la escena contemporánea. De este modo, el evento insiste en la valorización de los procesos de la escena nacional y en su confrontación con el resto de los espectáculos internacionales, al tiempo que expande para el espectador su “idea del teatro”.