Compró un rodillo, seis brochas, una bandeja y la materia prima: tres litros de pintura en colores rojo y amarillo. Un sofocante sol caía sobre Ricardo Zevallos y sus compañeros, pero el objetivo era no dejar de “darle color y vida” a una pared gris de 90 m de largo por 3 m de alto de la vía a Samborondón.