Al justificar su demanda contra Emilio Palacio, el excelentísimo señor presidente de la República ha dicho que también la ha interpuesto contra Carlos, César y Nicolás Pérez porque él no solo busca sancionar a los payasitos, sino a los dueños del circo.

Con esa misma lógica, uno se pregunta: ¿y quién es el dueño de este circo en que el país se ha convertido, revolución ciudadana mediante? ¿Quién ordena armar, todos los sábados, la carpa para que, desde allí, el dueño del circo pueda balancearse sobre la cuerda floja de la palabra y, entre morisquetas, agredir, insultar, herir a cuanta persona considera su enemigo? ¿Quién?

¿Quién permite a cada uno de sus bufones, elevados a la categoría de altos funcionarios y ministros, que ejecuten sus maromas sobre el aserrín de contratos sin licitación y los lleven adelante para solaz de una revolución que entretiene, divierte a un pueblo ávido y esparcimiento? ¿Quién?

¿Quién es aquel que, como dueño del circo, no logra detener la incontenible avalancha de trapecistas que se bambolean entre la impunidad y el vacío y, revestidos de malandrines, asaltan, roban, matan, violan a los espectadores cada vez más atemorizados y desprotegidos? ¿Quién?

¿Quién ordena que, en estampida, salga de la pista su manada de elefantes para, con su presencia espantable y su trompa convertida en arma contundente, se sitúe en cualquier lugar requerido para agredir a todos aquellos que osan manifestar una opinión adversa a la del dueño del circo y mantengan empavorecidos a los jueces? ¿Quién?

¿Quién, con los hilos de titiritero, maneja todos los movimientos de sus marionetas y les hace levantar la mano a la hora de aprobar una ley escrita desde los más oscuros y siniestros reductos de su carpa? ¿Quién?

¿Quién es el que, a pretexto de que el circo ya es de todos, llena los camerinos de personas que jamás han pisado un escenario y las mantiene ahí, inermes, recibiendo un alto sueldo sin oficio aparente para que, a la hora de la fanfarria, vayan a desfilar por calles y plazas en apoyo de quien las alimenta con prodigalidad y les concede inusitados beneficios? ¿Quién?

¿Quién es aquel que ha logrado montar un aparato de propaganda jamás imaginado, con marquesinas luminosas, fuegos de artificio, lentejuelas y frases estentóreas pronunciadas por ventrílocuos que, por igual, pregonan las bondades del espectáculo y calumnian y zahieren a quienes están hartos de tanta prepotencia, tanto cinismo y tanta mentira? ¿Quién?

¿Quién, como dueño del circo, no permite que se fiscalicen los manejos de los fondos de su trupé, se lleve a juicio político a los magos que, con la sin par habilidad de sus dedos de prestidigitadores, los esfuman, o a los zanqueros que llenan sus faltriqueras a discreción y cuya acción no encuentra otra respuesta que la impunidad. ¿Quién?

Si el excelentísimo señor presidente de la República no quiere entenderse con los payasitos sino con los dueños del circo, nosotros, los espectadores de su circo, nos las veremos también no solo con sus saltimbanquis y bufones sino con él y, más temprano que tarde, lo someteremos a un juicio del que –¡qué duda cabe!– obtendrá la inapelable condena que merece ante la historia.