La malaria continúa siendo, en nuestro país, un serio problema de salud. Se ha vuelto una enfermedad endémica, y como tal depende de varios factores, entre ellos, los ambientales, la pobreza, y la falta de saneamiento. Ello, pese a que fue en nuestro país donde se curó al primer paciente portador del mal, un jesuita español que llegó con “fiebres” a Loja, entre 1630 y 1633. Él fue atendido por el herbolario Pedro Leiva, quien a la sazón curaba con polvos de la corteza de la quinina. Sin embargo, el Ecuador, en pleno 2011, continúa entre los cien países maláricos del mundo. Para peor, existe la perspectiva climática de que, si por el calentamiento terrestre, la temperatura global sube unas décimas de grado, el mosquito causante de la enfermedad necesitará más alimento y por consiguiente picará a más personas.

El Dr. Francisco Vásquez, quien hace un tiempo dirigió con éxito la campaña antimalárica, ha publicado un importante trabajo histórico titulado ‘Medio siglo de actividades antimaláricas en el Ecuador 1957-2007’ (Instituto Nacional de Higiene).

Durante la Segunda Guerra Mundial casi toda la quinina que se obtenía de las cascarillas, aquí y en otros países, se dedicó a los ejércitos aliados que luchaban en regiones maláricas, al tiempo que, en Alemania, los químicos sintetizaban nuevas moléculas con el propósito de descubrir un producto antimalárico. Terminada la guerra la atención volvió a la lucha en nuestro país. El Dr. Vásquez periodiza en cuatro etapas la lucha antimalárica en el Ecuador: la primera, antes de 1948, la segunda entre 1948-1956, la tercera entre 1956-1985 y la cuarta entre 1985 y el 2007. Se trata de un estudio bien realizado, con estadísticas idóneas y que concluye con muy atinadas conclusiones sobre lo que debe hacerse en la actualidad y en el futuro.

Como menciona el autor, hace medio siglo Guayaquil era una ciudad invadida por la malaria. Muchas de sus calles, en la época de lluvias, se volvían lodosas y había pozos de agua por doquier, donde se desarrollaban los mosquitos. Años atrás se pensaba (erróneamente) que con las fumigaciones de DDT se podía “erradicar” la malaria y se creó el Servicio Nacional de Erradicación de la Malaria. Ahora solo se lucha por el control del mal. Es más eficaz el saneamiento: gracias a este, Guayaquil ya no padece de malaria pero quedan lugares donde, en cada invierno, se reactiva la endemia y por consiguiente deben continuar las medidas apropiadas: fumigaciones, tratamiento medicamentoso preventivo y lo ideal, el saneamiento. Además, en concordancia con la estrategia aprobada por la Organización Mundial de la Salud en 1993, sería apropiado mantener las siguientes recomendaciones básicas: “Obtener el diagnóstico temprano y el tratamiento inmediato de los pacientes palúdicos. Planificar y aplicar medidas preventivas selectivas, incluida la lucha antivectorial. Detectar y controlar oportunamente brotes epidémicos de paludismo. Fortalecer la capacidad local en lo referente a investigaciones básicas, los factores epidemiológicos de riesgo, ecológicos, sociales y económicos determinantes de esta enfermedad”.