Si se la toma no como instrumento para el bien común sino como medio para someter con el poder a los otros, la política es repugnante y extravía a los humanos. Solo así puede explicarse que el presidente Rafael Correa, que posee una formación envidiable para el común de los ecuatorianos –colegio San José La Salle y Universidad Católica en Guayaquil, Universidad Católica en Lovaina, Universidad de Illinois–, sin miramientos se regodee ante todo el país como un mal educado, un malcriado, un descortés. El enlace del sábado 14 de mayo sepultó la oportunidad de gobernar a partir de una palabra y una práctica democráticas de reconciliación.

¿Es demasiado pedir un escenario público que mantenga un trato verbal equilibrado y razonado? ¿Qué manual socialista teoriza que la exhibición de la grosería es una praxis revolucionaria? Lo increíble de las transmisiones sabatinas es que cada una de las frases en que el presidente descalifica y contradice los métodos y las posiciones de sus contendores podría aplicarse exactamente, línea por línea, vocablo por vocablo, a él mismo. El triunfo del Sí no puede ser el soporte para que un mandatario menoscabe los elementales códigos de educación y sociabilidad. Cuando el presidente habla como habla, ¿está expresando el buen vivir?, ¿o cree que eso es cultura popular?

La manera en que construimos un discurso muestra también el tipo de personas que somos. Por eso, los grandes corresponsables de que el presidente persista en esa conducta desaforada son todos y cada uno de los funcionarios nombrados por este Gobierno, porque ellos cuentan con un privilegio que parecen desconocer: comunicarse frontalmente con el presidente. Si los ministros, subsecretarios, asesores, embajadores, directores, etcétera, desaprobaran las frecuentes vejaciones que él lanza a los congéneres que no son de Alianza PAIS (a veces también a sus coidearios), algo podría suceder. ¿Es revolución el hecho de que el presidente se empeñe en azuzar a unos ecuatorianos contra otros?

¿Qué individuo sensato puede desconocer que el presidente Correa es incansable en su trabajo, que se sacrifica en exceso, que conoce el país a fondo, que tiene una sensibilidad para con los más pobres, que lidera un gobierno que ejecuta obras? Pero el Ecuador es aún una unidad humana cuyos componentes merecen la misma consideración en el marco de la ley y, sobre todo, ser tratados con moderación. ¿En qué se quiere convertir el presidente? ¿En otro patán de noble corazón? No son delincuentes quienes votaron No; por lo tanto, gobernar tampoco es aniquilar con ofensas a esa mitad que no lo sigue al pie de la letra.

El escritor francés Jean Giono dijo: “Para que el carácter de un ser humano devele cualidades verdaderamente excepcionales, hay que tener la fortuna de poder observar su actuación durante largos años. Si dicha actuación está despojada de todo egoísmo, si la idea que la rige es de una generosidad sin par, si es absolutamente cierto que no ha buscado ninguna recompensa y que, además, ha dejado huellas visibles en el mundo, entonces nos hallamos, sin duda alguna, ante un carácter inolvidable”. El presidente Correa está desperdiciando la oportunidad de apalancar una cultura de coexistencia en el respeto; solamente esto nos dirá si estamos dirigidos por un carácter inolvidable.