“A punto de cumplirse el quinto centenario del descubrimiento y evangelización de América, el sucesor de Pedro, aceptando gustoso la invitación del Episcopado y las autoridades ecuatorianas, irá a visitaros para cumplir el mandato de Cristo de confirmaros en la fe”, anunció la Santa Sede el 22 de octubre de 1984, asegurando la visita de Juan Pablo II para el primer trimestre de 1985.

El pedido del Episcopado ecuatoriano se cumplió el martes 29 de enero de 1985, cuando el sumo pontífice arribó al aeropuerto Mariscal Sucre (Quito). Lo recibió la multitud capitalina y el entonces presidente de la República, León Febres-Cordero, además de las autoridades eclesiásticas.

“En el centro geográfico del mundo, patria de Atahualpa, cuna de preclaros hijos de la Iglesia, como Mariana de Jesús y el santo Hermano Miguel, Mercedes de Jesús Molina y tantos otros que desde la gloria de los altares o en el anonimato de una vida de servicio al prójimo han ido forjando, día a día, el alma generosa, noble y cristiana de los ecuatorianos...”, dijo Juan Pablo II durante la ceremonia de bienvenida, mientras los miles de fieles ahí reunidos estallaban en aplausos y gritos de júbilo.

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El itinerario fue agitado: se dirigió a la Catedral Metropolitana de Quito para reunirse con todos los obispos del Ecuador, el presbiterio de Quito y del país, miembros de la vida consagrada, laicos, jóvenes seminaristas y demás allegados a la Iglesia.

Monseñor José Eguiguren, acompañante continuo del papa durante su visita a Ecuador, ahora director de la casa sacerdotal Sagrado Corazón, en Quito, recuerda la llegada de Juan Pablo II por sus “grandes mensajes”, dice. El religioso, que fue consejero en el Vaticano por cinco años (1980-1985), comenta que el haber podido compartir de cerca con el máximo representante de la Iglesia católica le ayuda a comprender por qué el vicario de Cristo conmocionó al pueblo ecuatoriano. “El papa llegó a Ecuador con un mensaje especial para los trabajadores, otro para los indígenas, para jóvenes y otro para las familias. Eso se debe a que él era un hombre muy humilde y tenía una profunda sensibilidad humana que le permitía captar la cultura del lugar donde llegaba. De ahí proviene su enorme carisma para las multitudes”, asegura el religioso ecuatoriano.

Esta última virtud mencionada por Eguiguren se evidenció el 30 de enero, cuando el estadio Olímpico Atahualpa, en Quito, se repletó de universitarios, estudiantes secundarios de establecimientos católicos, fiscales, municipales y jóvenes trabajadores de todo el país, que no cesaron de alabar al hoy beatificado Juan Pablo II.

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“Quisiera encontrar en vosotros, jóvenes ecuatorianos, nuevas almas nobles y generosas de las que hoy nos habla San Juan en su primera carta, cuando dice: ‘Jóvenes, os he escrito porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros’”, dijo Juan Pablo II en de su discurso en Quito, donde también se refirió a la esperanza, la fuerza del amor y la predilección por los pobres.

Mediante su mensaje, Juan Pablo II comprometió a los jóvenes a construir una sociedad nueva, a mantener una actitud crítica ante las tentaciones del consumismo, a denunciar la injusticia y a descubrir a Jesús y seguirle con generosidad.

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Mientras él seguía con el apretado itinerario: entrevista oficial con el entonces presidente León Febres-Cordero, reunión con los representantes de la cultura, la investigación y el pensamiento, visita a radio Católica, el masivo encuentro en el parque La Carolina, donde al final de la eucaristía renovó la consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, y más tarde, en la Basílica del Voto Nacional, se reunió con las religiosas de la vida consagrada, a quienes exhortó como signo de trascendencia, cercanía con los hermanos, instrumento de unidad, de reconciliación y ejemplo de misericordia divina.

Este mismo día se trasladó a la plaza de San Francisco, en donde otros miles lo esperaban. La labor evangelizadora de la Iglesia en el mundo del trabajo, la necesidad de un orden económico y social más justo, los problemas de los campesinos, la solidaridad de los trabajadores fueron algunos de los temas a los que se refirió durante su encuentro.

El 31 de enero, Juan Pablo II visitó Latacunga, Cotopaxi, donde los indígenas ocupaban alrededor del 60% de las 16 hectáreas reservadas para el encuentro con el sumo pontífice, quien saludó en quichua y centró su discurso en los valores culturales, además de animar a los presentes a seguir trabajando para superar los problemas que los afectan.

Monseñor José Ruiz Navas, entonces arzobispo de Latacunga, comenta que la visita del papa significó la reivindicación para los pueblos indígenas del país. Él opina que el problema de Ecuador no es la pobreza, sino el complejo de inferioridad, de no querer reconocer que la sangre indígena tiene igual dignidad que la del resto. “Cuando el papa besa a un bebé que está en la espalda de una mujer indígena, cuando habla en quichua, él exalta a esta cultura, muchas veces discriminada”, añade.

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Representantes de las aproximadamente 18 agrupaciones indígenas se acercaron al vicario de Cristo para entregarle recuerdos, con los que el mismo día partió hacia Cuenca.

En la provincia azuaya, un papamóvil “made in Ecuador” lo esperaba, porque el vehículo especial traído desde el Vaticano se envió directamente a Guayaquil, donde Juan Pablo II terminaría su recorrido ecuatoriano. Gerardo Martínez, parte de los organizadores de la recepción en Cuenca, comenta que se recaudaron cinco millones de sucres para recibirlo; sin embargo, quedaron dos millones sin utilizarse, que fueron destinados a la obra social.

En Cuenca, en el sector de Miraflores, el discurso se centró en la importancia de la familia como la primera célula de la Iglesia, para después trasladarse al Puerto Principal, donde miles de fieles esperaban.

En los alrededores del santuario Nuestra Señora de la Alborada, en el norte de Guayaquil, más de cien mil jóvenes lo aclamaban. Ahí, el papa le pidió a la juventud tomar a María como guía. “A vosotros, jóvenes de Guayaquil, os aliento a mantener, como María, una actitud de apertura total a Dios”, dijo, antes de dirigirse hacia Samanes para celebrar otra eucaristía.

Mientras, en el Guasmo, en el sur de la urbe, Juan Pablo II dijo en tono enérgico: “Que nadie se quede tranquilo en Ecuador mientras haya una familia sin vivienda, un niño sin escuela, un enfermo sin atención en la salud”.

Energía que sintió el país de muy cerca hasta la tarde del 1 de febrero, cuando el papa se despidió de sus fieles ecuatorianos.

Fieles: Cerca de Juan Pablo II
Paula Martínez
Entregó ofrenda floral al papa
“Era una niña de 8 años, pero recuerdo la felicidad en su rostro y la emoción que me provocó acercarme”.

María Argudo
asistente a misa en samanes
“Fue una emoción inmensa de saber que teníamos al papa de cerca. Ni sentíamos cansancio, solo alegría”.