El presente de vulgaridad que vive un sector del periodismo deportivo nuestro tiene un signo de distinción: el desprecio por la historia. Solo tiene valor el presente, sin considerar que el minuto que vivimos en este instante, luego de 60 segundos ya es pasado y, por lo tanto, si seguimos esta filosofía entra al cajón de lo desechable.

Han pasado cuatro décadas de uno de los momentos de mayor orgullo para el fútbol ecuatoriano de clubes: la victoria de Barcelona ante Estudiantes de La Plata, tricampeón de la Copa Libertadores y monarca Intercontinental. Aquel equipo que dirigía Oswaldo Zubedía, donde jugaban Bilardo, Pachamé, Aguirre Suárez, Conigliaro, Madero, Verón y otras figuras del balompié gaucho, mantenía un invicto copero en su casa.

Criticado por su estilo de juego y admirado aun hoy por ciertos comentaristas que se presentan como adalides del pragmatismo, que no es otra cosa que jugar feo y destrozar el reglamento como el camino más corto para ganar, Estudiantes venció 1-0 en Guayaquil.

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La prensa de Argentina destacó que la vuelta en La Plata era mero trámite. Así se publicitó el partido que Barcelona asumió con seriedad y con la confianza que inspiraba la calidad de algunos futbolistas que como Vicente Lecaro, Jorge Bolaños, Washington Muñoz y Alberto Spencer no han sido superados todavía.

Y se produjo entonces la sorpresa que el mundo se encargó de difundir a través de los teletipos: el equipo de Ecuador, país sin gran tradición victoriosa, humilló y acabó con la imbatibilidad del estadio pincharrata. Y se destacaba que el gol del triunfo -enorme ingrediente para la anécdota inolvidable- había sido marcado por un sacerdote que luego de la misa dominical trocaba la sotana por el atuendo de futbolista: el español Juan Manuel Bazurko.

Nos parece que aún resuena en nuestros oídos la narración del gol en la voz incomparable del maestro Ecuador Martínez, en los micrófonos de radio Atalaya, y el comentario, al borde del paroxismo, del inolvidable Arístides Castro Rodríguez y su grito que se transformó en leyenda: “!Benditos sean los botines del padre Bazurko!”.

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Nos vemos 40 años atrás bajando de casa en la madrugada a buscar EL UNIVERSO y leer las notas con aquel título a las ocho columnas de entonces: ‘Sensacional triunfo de Barcelona ante Estudiantes: 1-0’

El éxito canario nos llenó de orgullo a quienes seguíamos el fútbol con pasión. Fue un acto de afirmación nacional, un ingrediente decisivo para creer en nosotros mismos. Uno de los tantos aportes del Ídolo del Astillero para enriquecer nuestro orgullo. Por eso no entendemos a ciertos espíritus mínimos, muchos de ellos infectados por el virus regionalista, que niegan el papel de Barcelona y de lo que se dio en llamar con propiedad La hazaña de La Plata como un hito notable en nuestro desarrollo deportivo.

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Tal vez debamos compadecernos de ellos porque para apreciar y entender el valor de la historia, como motor del progreso, se requiere sensibilidad de alma para conmoverse e inteligencia para aprovechar las lecciones que brinda.

Cualquiera que analice los logros ecuatorianos actuales a nivel de clubes tiene el deber, si se es noble de espíritu, de reconocer que quien asfaltó el camino y sembró los senderos del triunfo fue Barcelona. Fue el primer equipo en competir en la Libertadores, el primero en ganarle a cuadros extranjeros, el primero en llegar a semifinales y a finales. Barcelona fue el que mostró el camino, el pionero que enrumbó a los otros conjuntos y les enseñó cómo competir decorosa y victoriosamente.

Ningún triunfo empieza por la cúspide. Para llegar ahí alguien tiene que colocar la base y, uno a uno, los peldaños por donde otros ascenderán más tarde. Y eso ha sido Barcelona, aunque desde los propios micrófonos de Guayaquil algunos enfermos de tacticismo tiren bombas de racimo contra el equipo más popular del país.

Aquellos que vociferan de tácticas como único modo de entender el fútbol, aquellos que odian al elenco torero por ser de Guayaquil y creen que un triunfo de hoy borra la historia de ayer, no podrán nunca derribar ese sólido muro de amor y veneración que en el corazón de millones de ecuatorianos tiene Barcelona desde que se impuso al Millonarios en 1949.

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“La verdad es serena, como el mármol. La lengua de la sierpe no es cincel: lame, no talla. Su mordedura es caricia para el mármol formidable”, decía José María Vargas Vila. Por eso, !salud y larga vida, héroes de la hazaña de La Plata!