En 1785 Eugenio Espejo sustentó la teoría de que las epidemias no eran producidas por el aire corrompido sino por partículas vivientes. Casi un siglo después, el sabio Pasteur demostró que, en efecto, ciertos microbios eran la causa de las epidemias. Desde entonces hemos vivido en lucha permanente con algunos microbios, en especial con bacterias y virus. No obstante, en los dos últimos siglos, se ha descubierto que algunos microbios no causan enfermedades, sino que son inofensivos y se alimentan y viven en el organismo humano y en materias en descomposición. Es más, se ha descubierto que ciertas bacterias son favorables y aun indispensables para el buen funcionamiento de los seres humanos.

Qué asombros han deparado los resultados obtenidos por los bacteriólogos en sus investigaciones de los diez últimos años. Acaso no sea hiperbólico decir que nuestro cuerpo está repleto de billones de bacterias y otros microorganismos. Según Efennisi (Science, 17 XII 2010) por cada célula de nuestro organismo hay nueve microbios. Se estima que el cuerpo humano adulto tiene entre 50 y 75 billones de células. Calcule el lector el colosal número de microbios que pululan en su cuerpo.

El intestino llamado colon es todo un continente: tiene más de mil especies de microbios. Sus genes equivalen a cien veces el número de nuestros genes. El total de genes es el llamado genoma. Ahora tenemos que aprender nuevas denominaciones: nuestro genoma junto con el de los microbios es llamado el microbioma humano. Aquellos virus que tienen cadenas genéticas constituyen, junto con el genoma de nuestro organismo, el viroma humano. El total de genes humanos y de los microbios es el metagenoma. Este funciona armónicamente y mantiene la vida de unos y otros.

Se han identificado 395 tipos de bacterias, de las cuales más de 130 son nuevas para la ciencia. Pero las investigaciones se refieren no solo al descomunal número de bacterias sino a la forma y mecanismos de su interacción con el organismo humano, proveyéndose de sustancias que necesitamos mutuamente, conformando una interdependencia metabólica. Así, las funciones del genoma humano se completan con aquellas funciones de las bacterias, por ejemplo, en la hidrólisis de las fibras vegetales, así como en la desintegración de las proteínas hasta llegar a sus componentes, los aminoácidos.

Algunos autores ya llaman superorganismo humano-bacteriano a esta unidad funcional.

Por cierto, la interacción entre el ser humano y sus bacterias y virus no se limita solo al colon e intestino delgado. Si bien en proporción mucho menor, la interacción es semejante en la piel, boca, nariz y órganos urogenésicos de las mujeres. Además, la simbiosis humano-bacteriana no se restringe a la digestión de alimentos, sino que es relevante en otros campos, como el de la inmunidad. Así, la bacteria Faecalibacterium prausnitaii, tiene propiedades antiinflamatorias que confieren protección al hombre.

Estos y muchos otros resultados revelan cuán poco hemos conocido acerca de los microbios buenos. Podemos, pues, afirmar que estamos a las puertas de una nueva bacteriología y, más allá, de la novísima ciencia del metagenoma.