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A partir de los debates en Wisconsin y otras partes sobre los sindicatos en el sector público, se podría tener la impresión de que estamos al borde de la quiebra porque se les paga demasiado a los maestros.

Eso es una falacia perniciosa. Un reto educativo básico no es que los maestros amasen fortunas, sino que se les paga poco. Si queremos competir con otros países y minar la pobreza en todo Estados Unidos, entonces necesitamos pagarles más a los maestros para atraer mejores personas hacia la profesión.

Hasta hace unas cuantas décadas, la discriminación en el empleo fortaleció perversamente a nuestra fuerza docente. Mujeres brillantes se convirtieron en maestras de primaria porque los mejores empleos no estaban disponibles para ellas. Fue profundamente injusta, pero la discriminación sí benefició a los niños estadounidenses.

Hoy día, las mujeres brillantes son cirujanas y banqueras en inversiones –y 47% de los docentes desde el jardín de niños hasta el grado 12 proviene del tercio inferior de las generaciones universitarias (según mediciones de las calificaciones de los exámenes de admisión)–. La cifra es del estudio Cerrar la brecha entre talentos, de McKinsey & Company.

Los cambios en los salarios relativos han reforzado el problema. En 1970, en la ciudad de Nueva York, un profesor de nuevo ingreso en una escuela pública ganaba cerca de 2.000 dólares menos que un abogado que comenzaba en un prominente despacho de abogados. Hoy, estos se llevan a su casa, incluidos los bonos, 115.000 dólares más que un maestro, encontró el estudio de McKinsey.

Todos entendemos intuitivamente la diferencia que significa un gran maestro. Pienso en Juanita Trantina, quien intoxicó a mi grupo de quinto año con la emoción de aprender y lo fascinó con los acontecimientos actuales sobre los que hablaba. Es probable que ustedes tengan a una señorita Trantina en su propio pasado.

En un estudio en Los Ángeles se encontró que tener a una maestra del grupo del 25% más efectivo de profesores durante cuatro años consecutivos sería suficiente para eliminar la brecha entre blancos y negros, relativa a los logros.

Conocimientos recientes indican que los buenos maestros, incluidos los del jardín de niños, incrementan los ingresos de sus alumnos muchos años después. Eric A. Hanushek, de la Universidad de Stanford, encontró que un maestro excelente (uno de una desviación estándar mejor que el promedio, o mejor que 84% de los profesores) incrementa los ingresos de toda la vida de cada alumno en 20.000 dólares. Si hay 20 estudiantes en la clase, son 400.000 dólares extras que se generan, en comparación con un maestro apenas promedio.

Un profesor mejor que 93% de los demás agregaría 640.000 dólares al salario de toda la vida de un grupo de 20 alumnos, encontró el estudio.

Bueno, no soy seguidor de los sindicatos magisteriales. Utilizaron su control para obtener seguridad en el empleo más que salarios, por tanto, hicieron que el campo fuera seguro para quienes obtienen bajos resultados. Las normas de la docencia son a menudo inflexibles, los beneficios son generosos pero relativos a los salarios, y es difícil o imposible despedir a los maestros que son incompetentes.

Sin embargo, nada de esto significa que se pague demasiado a los profesores. Y si los gobiernos quitan parte de las pensiones y reducen la seguridad laboral, entonces deben pagar mejores salarios para emparejar las cosas.

Más aún, parte de la compensación es la estima popular. Cuando los gobernadores se burlan de los maestros por ser flojos, incompetentes, codiciosos, degradan a la profesión y dificultan más poder atraer a los mejores y más brillantes. Deberíamos ascenderlos, no lanzarles dardos.

Habría que considerar a tres países con un desempeño educativo de renombre: Singapur, Corea del Sur y Finlandia. En cada uno se extrae a los maestros del tercio más alto de su cohorte, son enormemente respetados y se les paga bien (aunque esto es menos cierto en Finlandia). En Corea del Sur y Singapur, los profesores ganan, en promedio, más que los abogados e ingenieros, encontró el estudio de McKinsey.

“No tendremos mejores maestros a menos que les paguemos más”, nota Amy Wilkins del Fideicomiso Educación, una organización para la reforma educativa. Asimismo, Jeanne Allen, del Centro para la Reforma Educativa, expresa: “Somos los primeros en decir denles 100.000 dólares, denles lo que sea que se necesite”.

Tanto Wilkins como Allen agregaron de inmediato que el pago debería ser por desempeño, con evaluaciones más rigurosas. Para mí, eso tiene sentido.

Para empezar, tendría que aumentarse el salario magisterial, que hoy promedia 39.000 dólares anuales, a 65.000 dólares, para llenar la mayoría de las nuevas vacantes docentes en escuelas con grandes necesidades, con egresados del tercio con mejores calificaciones de su generación, encontró el estudio de McKinsey. Eso sería una ganga.

En efecto, tiene sentido recortar gastos en otros rubros para incrementar los sueldos docentes. La investigación indica que los alumnos se beneficiarían al compensar con mejores maestros una peor proporción entre ellos y los alumnos. Por tanto, cada vez más se llama a seguir el modelo japonés de grupos más grandes, pero con profesores sobresalientes, respetados y bien pagados.

El magisterio es inusual entre las profesiones en cuanto a que se paga poco, pero se tienen protecciones sindicales fuertes y procedimientos estándares para incrementar salarios. Es un modelo de compensaciones fabril, y los críticos tienen razón en poner reparos. Sin embargo, lo esencial es que deberíamos pagarles más a los maestros, no menos; y que los políticos que falsamente los califican de avariciosos, simplemente están dificultando más atraer el tipo de profesores por encima del promedio que merecen nuestros niños por encima del promedio.

© 2011 The New York Times News Service.