Los 80 años de vida del saxofonista guayaquileño Luis Silva tuvieron un emotivo homenaje el viernes pasado en el Teatro Nacional Sucre, con un concierto en el que el músico compartió escenario con sus hijos y amigos, demostrando que sigue siendo el saxo número uno del Ecuador. Lucho, como lo llaman sus allegados, tiene la sonrisa fácil y cada anécdota que cuenta la complementa con una broma y las frases “esa no te la sabías” o “te gustó esa”. Sin perder la alegría comenta con nostalgia de su padre y se nota que lo recuerda con un cariño especial, pues fue don Fermín Silva quien le inculcó el amor a la música y, sobre todo, al trabajo. Él no quiere pensar aún en el retiro, pero es consciente de que el momento está cada vez más cerca. Le gusta recordar su infancia porque a pesar de las limitaciones económicas de su familia, estas se convirtieron en sus fortalezas.

¿Cómo logra mantenerse tan activo a los 80 años?

Todo pasa por la voluntad de Dios, es Él que me tiene tan activo, yo no me siento una persona de 80 años. No tengo problemas respiratorios y, por el contrario, el cardiólogo me ha dicho que las vías respiratorias las tengo fortalecidas precisamente por tocar el saxo. Modestia aparte, creo que actualmente estoy tocando mil veces mejor que hace varios años.

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¿Qué es para usted el saxofón?

Es casi como un ser humano (sus ojos se llenan de lágrimas). Siempre quise aprender a tocar el saxo. Yo empecé a los 9 años con el rondín y un año más tarde ya andaba detrás de los saxofonistas para verlos tocar. Dios me dio el don de tener oído musical y puedo tocar cualquier instrumento, pero yo nací para tocar saxo.

¿Qué canción es la que más le gusta interpretar?

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Me gustan muchas canciones, son tantas que si fueran mujer tendría hijos por todo lado (ríe). Pero creo que mi composición favorita es Alfonsina y el Mar, porque yo siempre la escuché muy triste y me permití hacerle algunos arreglos y le puse ritmos de jazz. La transformé sin que pierda la melodía y la esencia.

¿En qué otros géneros musicales ha incursionado?

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Me gusta mucho la música norteamericana, también la música española, incluso he grabado pasodobles. He incursionado en la salsa y los boleros. Todo lo que es música me encanta y le debo a mi padre (Fermín Silva) quien fue violinista de zarzuelas, de operetas, dio clases en escuelas y colegios, pero también le entró a la música popular con el mismo cariño.

¿Qué satisfacciones tiene de su carrera musical?

La más importante es que mi trabajo haya sido reconocido por el público y que Dios me haya dado la sabiduría de no creerme la gran cosa a pesar de las atenciones que he recibido. Me gusta ver que a pesar de mis 80 años sigo tocando bien. No quiero que llegue el día en que mis amigos digan “mira lo que ha quedado del Luchito que tocaba bien bonito”, por eso es importante saber retirarse, como Rocky Marciano, que se fue antes de que le pegaran.

¿Usted ha pensado en el retiro?

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Esa pregunta nunca me la habían dicho. No he pensado en retirarme. Me gusta tanto la música y el instrumento que toco que no me retiraría por voluntad propia, pero sin duda la vida me retirará en algún momento. Si algo me gustaría pedirle a Dios, sin ser soberbio, es que no llegue el día en que ya no pueda tocar estando vivo todavía (se conmueve).

Usted tuvo la oportunidad de tocar con su padre, pero también con sus hijos, ¿cómo ha sido esa experiencia?

Eso también es algo que debo agradecerle al Creador. Yo empecé tocando las maracas con mi padre, pero me quedaba dormido en el primer set. Eso fue con la Jazz Silva. Mi padre me daba entonces 5 sucres por presentación y eso era una fortuna para mí. Luego toqué en la orquesta de los Hermanos Silva, ahora con mis hijos, pero además he tenido la satisfacción de hacer música con dos de mis siete nietos. Ahora falta que me acompañe uno de mis bisnietos, pero yo creo que ya no alcanzo (ríe).

¿Su padre fue pionero del jazz en el país?

Si yo afirmo eso, miento, porque antes ya tocaba este género Nicolás el Patucho Mestanza. Él tocaba todos los instrumentos, pero claro, mi padre con la Jazz Silva también es uno de los pioneros del género. Llegamos a tocar jazz hasta en La Lagartera.

¿Cómo le gustaría ser recordado?

Primero por la música que he tocado, que tengan en mí la imagen de alguien que entregó su corazón, especialmente a la gente pobre. Soy alguien que no ha tenido odio contra nadie, ni siquiera contra aquellos que han intentado hacerme algún tipo de daño.