“Yo era un jugador menos que mediocre, pero tenía mucha fuerza de voluntad, entrenaba mucho, buscaba perfeccionarme, no falté nunca a una práctica, ni con frío ni con lluvia ni nada”, evoca Waldemar Victorino, aquel goleador de Nacional y de la selección uruguaya que marcó un suceso a comienzos de la década de los ochenta. Vida dura, inicio de muy abajo, el destino le dio a Waldemar seis meses de gracia. En ese periodo el mundo pronunció su nombre.