“Hago lo que puedo con lo que tengo allí donde estoy”. Esta es la frase que aplica a su vida la ecuatoriana Esperanza Cruz Hidalgo, de 80 años de edad, y quien desde 1958 ejerce la docencia en danza.

Por su trayectoria en el ballet clásico logró este lunes el Premio Nacional Eugenio Espejo, que otorga el Estado en distintas áreas. Ella lo obtuvo en Actividades Artísticas.

Menciona que ha recibido decenas de galardones por su aporte cultural al país, sin embargo, no le gusta hacer alarde de ellos. Aunque su reciente reconocimiento la conmovió, confiesa. “Me entregaron una carpeta en la que constaban las cartas de respaldo de muchas de mis alumnas y lo que provocó en mí fue mucha alegría y satisfacción por el aprecio que me tienen”, acota.

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Indica que en su trabajo como maestra ha contemplado el pasar de algunas generaciones que le han hecho caer en cuenta que los tiempos han cambiado, porque ahora solo importa “que sepas bailar” y no es tan riguroso el sistema de enseñanza.

Dice que su labor como docente la ha ejercido en colegios como Letras y Vida (que luego pasó a llamarse La Fragua), Germania y Manuel Elicio Flor. Continúa dando clases en el lugar donde se inició en esta profesión, la Casa de la Cultura, núcleo del Guayas. Y también enseña en su casa, situada en 6 de Marzo y Quisquís.

Llegó al profesorado a inicios de los cincuenta, cuando empezó siendo alumna-maestra. De su época como integrante del Ballet de la Casa de la Cultura, núcleo del Guayas, luego llamado Ballet de Guayaquil, tiene muy buenos recuerdos. Fue primera bailarina de esa agrupación. Trae a su memoria agradables momentos con otros bailarines, como Noralma Vera, Víctor Rodríguez, Jorge Córdova, Antonio Domínguez, Sheila Chávez, Piero Jaramillo, Vilma Pombar, Isabel Huerta.

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Al rememorar el nombre de sus maestros en Argentina, Ecuador, EE.UU. y México, los dedos de la mano no le alcanzan. Entre ellos constan Aida Mastrazzi, María Ruanova, Robert Joffrey, Joseph Balanchine, Igor Youskevitch, Grace Moore, Kitty Sakilarides, Ileana Leonidoff y Nelsy Dambré.

Su hermano Alfonso fue un pilar muy importante en su vida, debido a que a temprana edad quedó huérfana. Él contrató a un maestro para que le diera clases particulares. Después la envió al Colegio Mercantil para que se inclinara por la carrera que él ejercía, la docencia. No obstante, ella le dijo que quería incursionar en otra profesión. En el colegio Rita Lecumberri se dio su acercamiento con la danza al ser elegida por el argentino Roberto Lozada para darle clases de ese arte.

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Señala que decidió continuar aprendiendo ballet clásico porque “había una conexión con lo que toda la vida me gustó: la música clásica”. Afirma que le hubiera deseado tomar clases de violín, pero por razones económicas no pudo.

Asimismo, comenta que deseó convertirse en monja, pero no lo logró porque necesitaba 10.000 sucres en su adolescencia para ingresar al noviciado. La bailarina enfatiza que su conocimiento del inglés, italiano, francés y alemán le han permitido relacionarse en el extranjero durante sus estudios y actuaciones. Estudió Lenguas, de la que egresó; y estuvo dos años en la carrera de Medicina.

Por tres años se alejó de la danza, de 1951 a 1954, pero volvió a la Casa de la Cultura, núcleo del Guayas, porque el entonces presidente de esa institución, Carlos Zevallos Menéndez, le pidió que se reincorpore a los cursos de ballet que dictaba Leonidoff.

Indica que en 1970 se retiró como bailarina porque mientras representaba a Julieta, en el ballet Romeo y Julieta, sintió una extraña sensación y recordó que su madre nunca estuvo de acuerdo con que se convirtiera en balletista.

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Explica que no quiso hacer carrera en el extranjero porque quería formar una compañía en Ecuador, la cual no pudo concretarse. Es miembro correspondiente de la sección Artes de la Representación de la Casa de la Cultura, núcleo del Guayas. Alcanzó el Premio Rosa Campuzano, otorgado por el Gobierno y el Ministerio de Cultura. Con los 10.000 dólares que consiguió adquirió una tumba para su nana, Teresa Manjarrez, quien tiene más de 90 años y vive con ella.

Añade que con los 10.000 dólares que le entregará el Estado por el Premio Nacional Eugenio Espejo comprará otra bóveda para ella. Mientras que la pensión vitalicia que le dará también el Estado por este galardón la invertirá en el cuidado a su nana.

“Ella ha existido por y para la danza. Ha transmitido a varias generaciones el amor y disciplina por este difícil y sugestivo arte”.
Isabel Huerta

“Por fuera parece frágil pero por dentro es valiente y fuerte. Cuando fui director de la Escuela de la Casa de la Cultura fue muy respetuosa con los cambios”.
Lucho Mueckay

“Esperanza es muy responsable en su labor como maestra, ama lo que hace y es muy puntual con las clases diarias”.
Yelena Marich