Algún despistado podría creer que las posturas de los indios, los camaroneros, las embotelladoras y los que apoyan a Interagua son irreconciliables. Hay un punto al menos en el que quizás no se pongan nunca de acuerdo: privatizar o estatizar el agua.

Pero poner las cosas de ese modo sería equivocado; no solo porque la privatización o estatización, por mucho que se diga, no es el centro de la ley, sino porque más allá de su contenido, hay algo mucho más profundo que debería preocuparnos: me refiero a que hoy en día no hay condiciones para aprobar con métodos democráticos una ley tan importante. Los acontecimientos de la semana demostraron que la postura que triunfe solo se podrá imponer por la violencia.

El responsable de semejante descalabro es Rafael Correa Delgado, que con su actitud de querer imponerlo todo, consiguió que ya nadie crea en la independencia de la Asamblea Nacional, ni los indios, ni los camaroneros, ni las embotelladoras, ni los guayaquileños.

Lo lógico sería entonces unirnos bajo un solo lema: que se suspenda indefinidamente el trámite de la ley hasta tanto esas condiciones democráticas se restablezcan.

Pero en su lugar, la derecha se prestó días atrás para que el Gobierno consiga mayoría contra los indios. A cambio obtuvo unas pocas modificaciones que en realidad no garantizan nada.

Esta semana, en cambio, fueron los indios los que equivocadamente pusieron en el centro el asunto del agua en Guayaquil.

A los indios de base la concesión a Interagua les tiene sin cuidado. Son más serios que sus dirigentes y saben que la inmensa mayoría ni siquiera conoce Guayaquil. Preferirían ocuparse de su propio acceso a fuentes de agua permanentes. Eso los llevaría a descubrir el verdadero peligro de esta ley, que es el poder inmenso que le dará al dictador para imponer el esquema que le parezca, privatización o estatización, en cada región y sin importar lo que opinen los electores.

Pero los dirigentes indígenas siguen acomplejados con la acusación de que “le hacen el juego a la derecha”, así que no deciden sus posturas según lo que más convenga sino en un vano afán de que Correa no los acuse.

El viernes los indios volvieron a sus comunidades con un pequeño triunfo en las manos después de una semana de pelea. Los asambleístas, temerosos de la muchedumbre de ponchos que los “secuestró”, aplazaron un mes la aprobación de la ley. Es una pequeña victoria para todos los ciudadanos porque significa que en las próximas semanas Rafael Correa estará un poquito menos fuerte. Pero a Correa estas pequeñas derrotas no lo amilanan. Ya lo verán los próximos días recuperándose con rapidez y tratando de aplastar a alguien (¿quizás a mí?) para que no se nos ocurra decir que perdió ante los indios.

Nunca se derrotó a una dictadura sin unidad de acción. Contra la dictadura militar de los años sesenta se unieron las cámaras, los sindicatos, las agrupaciones de campesinos, los banqueros, la prensa, la derecha, el centro y la izquierda que convocaron juntos un paro nacional hasta que la Junta renunció. Lo mismo deberíamos hacer ahora, sin dejar de lado diferencias ideológicas, pero comprendiendo que solo defendiendo la democracia podremos resolverlas.

Hasta tanto, lo primero es derrotar a la dictadura, y para eso hace falta la unidad.