Simón Pachano
Si dentro de cinco, siete o diez años a alguien se le ocurre tomar a la publicidad política como termómetro de lo que sucedía en Ecuador y en ese plan revisa la batalla televisiva de la semana pasada, podrá asegurar que en este tiempo todo se vendía con la marca Correa o la marca Nebot. Día y noche, a cualquier hora y sin respeto al tipo de programa que se estaba pasando, ambos personajes inundaron las pantallas para lanzar cientos de mensajes que ponían énfasis en lo que el uno había hecho y el otro había dejado de hacer. También se encargaron de recordar lo que cada uno había dicho del otro, destacando siempre los conceptos elogiosos y buenos que se habían lanzado mutuamente en épocas recientes. Ahora la gente ya sabe que alguna vez Correa admiró la obra de Nebot y que Nebot agradeció por las acciones de Correa.

En el balance final queda la admirable capacidad de reacción de los equipos de publicidad de ambos y la certeza de que la estrategia ganadora de lado y lado es la polarización. Al Presidente le cae del cielo contar con un oponente como Nebot, que puede ser fácilmente identificado con el pasado y por tanto como enemigo de su revolución ciudadana. El Alcalde no tiene dificultad en equiparar a Correa con el centralismo y en calificarlo como el operador de la válvula que cierra los recursos para su ciudad. En esas condiciones, la política solamente puede hacerse en los extremos, en los polos opuestos. Conmigo o contra mí, como lo dijo cándidamente uno de los muchos revolucionarios de última hora pero de primera clase. En el medio queda solamente el vacío.

Si la polarización es en sí misma nociva, lo es mucho más cuando toma la forma de la ciudad contra el Estado o el Estado contra la ciudad (dependiendo de quien la mire). No es la polarización política, en términos estrictos, sino una de carácter territorial, que no puede alcanzar la dimensión de un debate nacional. No puede, porque nace con un desequilibrio genético. Aunque lo regional y lo local han tenido gran peso a lo largo de la historia nacional, nunca han podido estructurar propuestas y tendencias de alcance nacional. Las reivindicaciones de esa naturaleza están condenadas no solamente a mantenerse en sus espacios restringidos, sino también dentro de objetivos acotados.

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Eso se vio con claridad en el forcejeo que en definitiva se restringió al regateo por el monto de recursos destinados al Municipio guayaquileño. Se hizo evidente también en los esfuerzos estériles de los entrevistadores para conseguir que Jaime Nebot diera un mínimo paso fuera de los límites urbanos de Guayaquil. Al parecer, él está más consciente que sus seguidores de la armadura en la que está encerrado, que lo protege de los embates pero que le impide caminar. Está también consciente el Presidente, que hábilmente mantuvo al Alcalde en ese espacio. Al final, la revolución ciudadana tiene el opositor ideal: territorialmente limitado, sin propuestas nacionales y sin horizonte político.