Que los jóvenes, y más aún los estudiantes, han de rebelarse contra abusos e injusticias, y han de luchar por el bien colectivo y el progreso del país, es enteramente plausible. Pero la rebeldía mal conducida, transformada en garroterismo, merece un repudio radical.

La Universidad Central tiene siglos de existencia, durante los cuales los estudiantes han planteado reformas, han realizado enérgicas manifestaciones y han contribuido a vitalizar la Universidad. En todo caso, siempre ha primado respeto y consideración hacia sus autoridades.

Haber tomado, días atrás, el despeñadero de la violencia es imperdonable: un grupo de “estudiantes” (¿?) garrote en mano, como delincuentes camuflados, irrumpieron en los predios universitarios donde los más altos personeros, rector, decanos y representantes estudiantiles, dialogaban y discutían racionalmente, buscando los mejores derroteros para la universidad y por ende, para el país. La turba rompió puertas y ventanas, injurió y agredió criminalmente a varias autoridades, buscando imponer sus designios a garrotazos.

La principal víctima del asalto fue el rector, doctor Édgar Samaniego, quien meses atrás y gracias a una votación democrática fue elegido para la alta función. Pero el doctor Samaniego no mereció por azar ni por suerte ser elegido. Ya desde sus años estudiantiles, él venía entregándose con fervor a las tareas universitarias. Tuve la fortuna de tenerlo entre mis discípulos cuando dictaba la cátedra de Farmacología, décadas atrás. Advertí desde el principio la dedicación, la seriedad y el talento del joven estudiante. Fue el mejor de los alumnos y mereció los premios correspondientes. Ya graduado de médico, fue nombrado profesor agregado de Farmacología y posteriormente profesor titular y director de cátedra: que él me sucediera al frente de la misma, constituyó para mí la mejor garantía de que la exigente materia sería enseñada con todo rigor y claridad. Tras estudios de posgrado, el doctor Samaniego dedicó buena parte de su tiempo a la investigación científica y a la preparación y publicación de libros, entre los cuales destaca el titulado “Fundamentos de Farmacología Médica” que es el texto oficial de enseñanza. Esta obra extensa ha merecido varias ediciones y es el texto de la Facultad de Medicina de la Universidad Central pero también de otras universidades nacionales y extranjeras.

En su ya larga carrera de profesor, Édgar Samaniego ha formado docentes, y varios de ellos han colaborado en la edición del texto. Ciertamente es excepcional, en nuestras universidades, que un profesor publique el texto de su materia. La dedicación del doctor Samaniego a la cátedra y la calidad de su enseñanza, fueron reconocidas por sus colegas y estudiantes, quienes lo eligieron Decano por dos periodos. Luego, la universidad toda aquilató sus méritos y ejecutorias, eligiéndolo rector.

Un señor rector, que ha participado activamente en congresos científicos nacionales e internacionales y ha actuado como presidente de la Sociedad Latinoamericana de Farmacología y como presidente de la Academia Ecuatoriana de Medicina. Y es a este maestro al que los canallas trataron de victimar.