La cultura pop no se entiende sin ese matrimonio bien avenido entre música e imagen. Quizás por ello no se equivoca el escritor uruguayo Gabriel Peveroni cuando advierte que la cualidad principal de un disco es su sonido, pero que el disfrute se potencia cuando este se mira y se toca. Esa estampa congelada en un cuadrado de 12x12, que en los tiempos de gloria del vinilo fueron de 31x31, permite intuir “el estilo musical, el grado de originalidad y el nivel de riesgo de la obra del artista que representa”.

La creatividad gráfica que acompaña a las canciones es el recorrido que propone Mira qué lindas, una exposición que no es otra cosa que una puerta para descubrir (en algunos casos) o reencontrarse (en otros) con centenares de carátulas que pudieran alcanzar el estatus de objetos de arte.

El bombardeo visual por este circo beat latino rebasa el medio millar de tapas, pero la criba escapa al concepto de “las mejores portadas”.  El eje vertebral de la exhibición orbita en torno a distintas propuestas temáticas: el erotismo, el corazón, el campo, los coches o la ciudad como protagonistas; el uso tipográfico, los retratos, las fotos o las ilustraciones. Bajo este paraguas se acunaron diversos países, estilos musicales y épocas.

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Hay una única sección lineal, la del Túnel del tiempo. Las portadas del rock latinoamericano aparecen tintadas con la impronta de las diversas estéticas que marcaron la década de los años sesenta hasta la de los noventa. La psicodelia, el punk o el new wave.

Es una celebración al legado de Serú Girán, Caetano Veloso, Gilberto Gil, Caifanes, Café Tacvba, Aterciopelados, Plastilina Mosh, Moris... A los diseños del venezolano Masa para Los Amigos Invisibles, al estilo glam inconfundible de Alejandro Ros en discos de las bandas argentinas como Soda Stereo, Babasónicos y Miranda; y de la mexicana Julieta Venegas, o al talento del colectivo uruguayo Land puesto al servicio de El Cuarteto de Nos y Jorge Drexler.

El diseño de la primera, que corrió a cargo de Juan Gatti, argentino residente en Madrid y diseñador gráfico de Pedro Almodóvar,  rompió con el esquema de que la portada debía ser cuadrada. “Tiene una forma irregular y si es cierto que es muy complicada para guardar en una estantería, mostró que se podían romper ciertos moldes que hasta ahí eran impensables”, subraya el comisario.

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La de Almendra, por su parte, acaba con otro molde, el de poner la foto del grupo tal cual se hacía en la época. Luis Alberto Spinetta, líder de la banda, se decanta por una ilustración que lleva su rúbrica. “Rompe con una estética y marca una tendencia sin querer proponérselo”, añade.

Sobran los dedos de una mano, sin embargo, para descubrir en esa cascada de carátulas el sello “Made in Ecuador”. Pero que nadie se llame a engaño, la intención de esta muestra se aleja de las “cuotas por países”, dice el experto.

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Scaramuzzino califica de “interesante” la estética plasmada por las agrupaciones ecuatorianas. “La del EP de Mantarraya es una foto original con una resolución gráfica muy atractiva. Lo mismo que el uso tipográfico de la del EP Fragilidad, de Guerreros de Cartón”, añade. A estos nombres propios hay que sumar los de Mamá Vudú con su trabajo Clínica de santos y muñecas o Descomunal y su álbum Alarma.

La imposibilidad de conseguir los originales para su reproducción provocó ausencias en este paseo por la iconografía del rock latinoamericano como las de Bandolero (grupo puertorriqueño de comienzos de los setenta), de los bolivianos Clímax o de los chilenos Aparato Raro y Electrodomésticos. Sí, hay un material faltante, pero la muestra es lo suficientemente representativa para demostrar que hasta el día de hoy un disco sin portada está incompleto.