Los sombreros elaborados con finas hebras de paja toquilla permanecen en las perchas de los tejedores y exportadores de la artesanía desde el año pasado en los talleres de este cantón.

Las ventas y los pedidos del exterior de los sombreros, cuyo costo unitario bordea los $ 700, cayeron drásticamente. Bertha Pachay, una tejedora, recuerda que la última vez que vendió un sombrero fino de alto costo fue en octubre del 2008.

“Este año no hemos vendido ninguno de esos, está difícil su salida”, reniega.
La misma queja se oye en el taller de Rosendo Delgado, uno de los más antiguos tejedores y exportadores del tradicional sombrero de paja toquilla que caracteriza a Montecristi.

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Él asegura que ha enviado unos 50 sombreros a un  promedio de $ 40 en lo que va del año, y aspira a completar un centenar hasta diciembre. El año pasado exportó  400. Los principales compradores de Delgado son estadounidenses.

“La disminución es tremenda. Pero el problema va más allá de la reducción de la demanda en los países europeos y Estados Unidos. Nosotros afrontamos otra crisis relacionada con los altos costos y la falta de demanda”, refiere.

Unas 6 personas demoran hasta 3 meses en elaborar un sombrero fino. Otros (que se venden en  unos $ 40) se hacen en menos tiempo. “Ese valor es alto ante los sombreros cuencanos, que se venden hasta en $ 5. La competencia interna es dura”, acota Delgado.

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Los tejedores concuerdan en que la falta de demanda por los altos costos hace que la elaboración sea poco lucrativa.

Además, la ausencia de extranjeros en las calles céntricas de Montecristi merma las ventas. “En este año han llegado menos turistas extranjeros. Hasta el año pasado recibíamos unas cinco visitas a la semana en el taller, ahora en promedio llegamos a una. Hoy (ayer) llegaron unos españoles, pero solo observaron cómo tejíamos y no compraron”, comenta Pachay.

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Países como Italia y España son sus principales mercados. “Algunos turistas prefieren comprar sombreros más baratos. Acá en Montecristi el trabajo es más artesanal y allí radica el alto costo. Creo que si no recibimos ayuda esta labor está en peligro de desaparecer”, vaticina esta artesana.

El sector tiene en Manabí otro problema: la falta de mano de obra. Los más jóvenes no se interesan en esta labor. Pachay tiene dos hijas. “Me dicen que prefieren irse a trabajar a una oficina que tejer, debido a que no es rentable”.